lunes, 13 de abril de 2009

El hijo de puta que mató al Pocho


Estos dos comentarios los encontré debajo de las fotos de un hijo de puta con una gorrita estampada donde dice "Jesus te ama" (algo así como ver llorar la biblia junto al calefón). Son dos comentarios absolutamente dispares. Se ve que las fotos de los hijos de puta generan comentarios dispares. Vamos a ver, no quiero que se me malinterprete, en Argentina, hijo de puta se usa como insulto o como elogio, talvez porque, de a poco, hemos ido aprendiendo que ser el hijo de una puta no tiene nada de malo, talvez porque, de a poco, hemos sabido interpretar el lapsus de Reynaldo Bignone cuando dijo que "al subversivo se lo puede matar, pero no se le puede robar el reloj", la cuestión es que, conociéndolo a Pocho como lo conocía, e inspirada por esta disimilitud de opiniones, se me ocurrió consultarles a ustedes qué clase de hijo de puta creen que puede ser este de las fotos. Las fotos y los dos comentarios los extraje de la página Argentina Indymedia y La Conjura TV, lo demás, como siempre, corre por mi cuenta. Mariana Hernández Larguía.

Laura BracamontePor Laly - Sunday, Dec. 03, 2006 at 3:48 AMpepa_16_89@hotmail.com 03424555656 Castelli y San Jose
Gracias a Dios que existe señor Velazco, la Argentina no necesita zurditos pusilanimes. Necesita gente de bien que tenga ideas claras y que no son precisamente las revolucionarias porque todos sabemos que Pocho era de izquierda. No nos dejemos engañar por la prensa opositora al oficialismo que intenta idealizar al señor Lepratti como ejemplo de vida. Como si esto fuera poco León Gieco, también caracterizado por dichas ideas subersivas, lo homenajea con una canción, en donde lo reviste como un modelo llegando a compararlo con un ángel. ¿No les parece que por algo lo mataron?

OTRO MARTIR LATINOAMERICANOPor IVETH - Thursday, Mar. 02, 2006 at 1:28 PMsociologazulgrana@hotmail.com 2868231 Valle de los Chillos: Isla Isabela s/n Conjunto Residencial Alicante casa106 sector playa chica, Quito Ecuador
hace unos cuantos dias escuche la cancion de Leon Gieco un Angel en Bicicleta y me parecio espectacular, tome atencion de la persona a la que iba dedicada y me entere de la Existencia de Pocho Lepratti, busque en internet y ahora se su historia y comparto con ustedes la indigancion de una muerte absurda como muchas de las que han ocurrido en nuestra latinoamerica, donde las realidades que tenemos han provocado que seamos rebeldes y contestatarios a la injusticia social, a la pobreza y a la manipulacion imperialista. Que Pocho sea un ejemplo mas para los que dia a dia luchamos por no perder nuestros sueños y , como dice un grafitti en mi pais: nosotros seguiremos siendo guerrilleros mientras nuestros gobiernos sigan siendo terroristas. Iveth González Díaz Quito-Ecuador

viernes, 10 de abril de 2009

Hijos, hacienda y mujer


Tuve en mi pago en un tiempo
hijos, hacienda y mujer,
pero empecé a padecer,
me echaron a la frontera,
¡y qué iba a hallar al volver!
Tan sólo hallé la tapera.

Hace muchísimos años José Hernández planteaba así la situación familiar que sufría un argentino de escasos recursos. Mucha agua ha pasado bajo el Zárate-Brazo Largo para que la misma problemática se viera globalizada y adquiriera facetas tan similares como disímiles. Un padre que echan a la frontera y pierde hasta sus hijos no es lo mismo que un padre que rapta a sus hijos y cruza la frontera. Lo que no ha variado casi nada es aquel tópico de que “madre hay una sola”, e incluso a empeorado, porque ahora “madre hay una y está sola”. Uno de los informes pertenece al archivo “Islam-civilización”, el otro lo extraje de El País de Madrid. Mariana Hernández Larguía.

Regresa a España la niña que fue secuestrada y llevada a Irak por su padre en 2006
22.03.09. Archivado en Islam Civilización
(PD).- Leticia Moracho, cuya hija, Sara, permanecía enclaustrada en Irak y en poder de su padre desde 2006, ha asegurado nada más aterrizar en Madrid que ha logrado sacarla "de un infierno" y que la niña, de 11 años, "va desplegando las alas poco a poco".
Enl aeropuerto de Barajas procedente de Turquía, la madre, visiblemente cansada, ha confesado que Sara ha olvidado casi el español "aunque lo va recuperando":
"La niña juega con su muñeca, me mira y me sonríe".
la historia de esta familia es estremecedora. Hace tres años, "aprovechando un fin de semana" en que la madre dejó que saliera con la niña, el padre desaparfeció con ella.
El padre, Alí, es iraquí y había estado 16 añosd casado con leticia. Se acabab de divorciar y la relación era tensa, pero nada hacía presagiar que pudiera secuestrar a la criatura, que carecía de pasaporte y de documentación alguna.
AÑOS DE LUCHA Y BARRERAS
Tras varios años de lucha con la ayuda del Ministerio de Asuntos Exteriores y el embajador de España en Irak, Francisco Elías de Tejada Lozano, "que la salvó", la familia Moracho ha obtenido en un período de 15 días de "intensas negociaciones" el permiso para abandonar Irak con Sara.
Javier Preciado, primo de Leticia Moracho, ha explicado que tras varios años de lucha, en los últimos 15 días han podido demostrar falsedad de documentos por parte del padre de Sara, un
juez iraquí ha dictaminado su ingreso en prisión y han logrado, tras negociar con la familia y retirar la denuncia, el permiso para salir de Irak.
"Esto más que un triunfo es un milagro tras tres años de infierno", ha indicado la familia, quien ha agregado que la niña ha estado viviendo estos tres años "rodeada de ratas, basura y cadáveres, en lo que es todo menos una ciudad con ley", en referencia a la localidad iraquí de Basora donde residía Sara.
A su vez, Leticia Moracho ha indicado que en los próximos días someterá a su hija a una revisión médica completa y no descarta la posibilidad de que acuda a un psicólogo.
Por último, Preciado ha manifestado que esperaba que el "pañuelo que lleva Sara en la cabeza se caiga por su propio peso", mientras que su madre ha indicado que no le pedirá a su hija que se lo quite y que no le pondrá ningún impedimento "para que escoja la religión que desee".
El padre se había llevado a Sara a su país en septiembre de 2006, "aprovechando un fin de semana" que su madre se la dejó para que pudieran verse, ya que acababan de romper el vínculo sentimental que les había unido durante 16 años.
HISTORIA DE UN RESCATE IMPOSIBLE
Durante más de dos años Javier Ángel Preciado, reportero y codirector de 'Diario de' (TELECINCO) junto a Alberto Muñiz, ha sido testigo de la lucha de una madre, de un ama de casa como cualquier otra, que de la noche a la mañana se ve obligada a pedir ayuda a Ministros, a negociar con Embajadores o Cónsules, a pedir protección a Generales y hasta contratar a mercenarios para poder recuperar a su hija secuestrada en Irak.
Leticia Moracho es una madrileña que se enamora de Alí, un ciudadano iraquí. Viven juntos y fruto de ese amor nace Sara. Tras 16 años de convivencia se separan y es la madre la que tiene la custodia. En una visita de fin de semana Alí, secuestra a la niña de sólo 8 años y se la lleva a Basora. A partir de ese momento comienza una incansable lucha por parte de Leticia para recuperar a su hija.
Leticia comienza un peregrinar por consulados, embajadas, comisarías e incluso ministerios para intentar por la vía diplomática y legal conseguir recuperar a su hija. Acude a todas las instancias posibles y consigue que la INTERPOL emita una orden de busca y captura contra su marido por un secuestro internacional. Sin embargo el tiempo pasa y la burocracia es lenta y poco efectiva.
Harta de esperar Leticia viaja a Kuwait, cuya frontera está a tan sólo 50 km de Basora. Allí las autoridades consulares españolas le prometen que es posible que se actúe contra su ex pareja y se pueda liberar a la niña, ayudados por un influyente hombre de negocios iraquí.
Bajo un sol abrasador, con temperaturas que superan los 50 grados y un sentimiento de impotencia enorme, Leticia espera a que concluyan los trámites burocráticos que han de poner fin a esta pesadilla. Quiere que su ex pareja rinda cuentas ante la justicia.
Leticia, viaja hasta en dos ocasiones a Kuwait, pero las dos veces regresa con las manos vacías. Ninguna autoridad es capaz de ejecutar la orden de INTERPOL y cansada de tantos contratiempos, desesperada y sabiendo que el tiempo pasa inexorablemente decide buscar a alguien que sea capaz de sacar a Sara por la fuerza. Contrata a un mercenario al que paga 40.000 euros por lograr rescatar a su hija.
Sin ayuda diplomática ni política ni policial, a Leticia no le queda más remedio que ir ella misma a Basora. Se arma de valor y acompañada por el periodista Javier Ángel Preciado viaja a una de las zonas más peligrosas del planeta.


Localizada en México una menor raptada en Ávila en 1998
Interpol detiene al padre que se había fugado al país norteamericano hace 11 años tras perder la custodia de la menor por una denuncia de malos tratos a la madre
ELPAÍS.com - Madrid - 01/04/2009
Un día de cine en Ávila que acabó 11 años después en México. La Guardia Civil ha localizado en la Ciudad de la Paz (Baja California, México) a una menor española que había desaparecido en noviembre de 1998 en La Adrada (Ávila) y ha detenido, a través de Interpol, a su padre como autor del rapto. El pasado 29 de marzo, la niña regresó a España y se reunió de nuevo con la madre, mientras que su padre permanece a disposición del juzgado de instrucción de Arenas de San Pedro (Ávila).
El relato de los hechos arranca una tarde de ese mes de noviembre de 1998 cuando el detenido se llevó a la niña, entonces de tres años, a una sesión de cine. La madre denunció poco después la desaparición de su hija a manos de su ex marido sobre el que pesaba una denuncia de malos tratos que permitió quitarle la custodia por la vía judicial.
En México desde 2003
Según fuentes de la Guardia Civil consultadas, el detenido inició entonces un viaje con la menor, que tendría como escalas temporales Francia, Bélgica y Marruecos, y finalizaría en México, donde fueron localizados en el año 2003 por la Policía Judicial de la Guardia Civil de Ávila. Fue entonces cuando, el Juzgado de Instrucción de Arenas de San Pedro dictó una orden de búsqueda y captura que, a través de Interpol, fue comunicada a las autoridades mexicanas. Seis años después, el pasado 23 de marzo y tras localizar el domicilio, el padre de la niña, que no opuso resistencia alguna, fue arrestado y extraditado a España. La menor se encontraba en buen estado.
La madre y la familia del detenido se dividirán el cuidado de la niña, que tiene ya 14 años, hasta que se acostumbre a la nueva situación. Su padre, que responde a las iniciales C.G.S., está acusado de quebrantamiento de sentencia judicial.

domingo, 5 de abril de 2009

Manipulación masculina


He aquí el caso de cuatro mujeres, dos de ellas colombianas y las otras dos israelíes que sufrieron desapariciones por razones políticas, bien es cierto que con dispar resultado, pero siempre dentro de las afrentas a la dignidad y a la integridad femeninas. Clara Rojas e Ingrid Betancourt, por un lado, fueron secuestradas por la guerrilla y subsistieron al cautiverio cada una a su modo, tal como explica Clara en este reportaje, Limor Livnat y Sofa Landver, por el otro, fueron borradas del grupo del nuevo ejecutivo de Israel por manipulación fotográfica. Don notas del mismo diario, El País de Madrid. Mariana Hernández Larguía

Clara Rojas, la otra verdad de la selva

PABLO ORDAZ 05/04/2009

Lo primero que quiso hacer tras su liberación fue darse una ducha. Una ducha larga de agua caliente. Al salir, después de haber probado sobre su piel todos los jabones y todas las cremas que encontró, Clara Rojas advirtió que en aquel lujoso baño de aquel lujoso hotel de Caracas había un enorme espejo de pared:
- Me aterraba verme de cuerpo entero, pero me armé de valor. Me planté delante y me miré. Hacía seis años que no me veía así, desnuda, delante de un espejo. Recorrí mi cuerpo con la mirada. Vi la cicatriz de la cesárea, mi rostro cansado y ya con algunas arrugas en la frente. Pero, además de las huellas de mis seis años de cautiverio en la selva, vi que estaba entera, sana y salva, y le di gracias a Dios.
Clara Rojas fue secuestrada el 23 de febrero de 2002 por la guerrilla colombiana de las FARC junto a su amiga Ingrid Betancourt, por aquel entonces candidata a la presidencia de la República por el partido Verde Oxígeno. Ingrid le había pedido a Clara que la acompañase en un viaje varias veces pospuesto a San Vicente del Caguán. No era una misión fácil. Sólo dos días antes, el presidente Andrés Pastrana, que desde 1998 venía intentando mantener un diálogo con la guerrilla, había dado por rotas las conversaciones y ordenado el levantamiento de la zona de distensión. Así que aquel viaje implicaba meterse en la boca del lobo. Habría que volar desde Bogotá hasta Florencia, capital del departamento del Caquetá, y de allí en helicóptero hasta San Vicente, a unos 160 kilómetros de distancia. La noche anterior a la partida, el jefe de seguridad le advirtió a Clara Rojas abogada de profesión y asistente y amiga de Ingrid Betancourt de los peligros del viaje. Clara se los trasladó por teléfono a Ingrid, y ésta le contestó: Clara, si no quieres ir, te quedas. En todo caso, yo viajo.
Le dije que iría con ella, y esa decisión marcó mi vida. Tendría que haberle dicho que no. Pero le dije que sí. Tras colgar el teléfono, cené con un amigo en mi casa. Nos tomamos una deliciosa botella de vino blanco. Al marcharse, me dio un beso y un gran abrazo. No exagero si le digo que ése fue el último gesto de cariño y amistad que recibí hasta el día en que me liberaron. Y de aquel abrazo a la liberación transcurrieron seis años, seis largos años
Clara Rojas dice las cosas más tristes con una sonrisa en la boca, sin dejar de mirar a los ojos, terminando muchas de sus frases con una muletilla ¿cierto? que busca en el otro la complicidad que tanto extrañó en la selva. Durante una hora y media de conversación, en un club social de Bogotá que fundó su padre y donde los camareros que hoy le sirven el desayuno la vieron crecer junto a sus cuatro hermanos varones, esta mujer de 44 años no deja de sonreír más que en una ocasión. Cuando recuerda que ahora mismo, mientras ella saborea los pequeños placeres recuperados, muchos de sus compañeros siguen allí, en algún lugar de la selva colombiana, encerrados en jaulas y encadenados al cuello como perros malqueridos, vigilados día y noche, temiendo que en cualquier momento el Ejército intente su liberación y mueran víctimas del fuego cruzado o ejecutados por los guerrilleros.
¿Temían que el Ejército intentase su liberación? Sí. Todo el tiempo. Ya sé que eso es muy difícil de entender para cualquier persona que esté fuera, pero lo cierto es que ésa es una angustia con la que vivíamos permanentemente. El Ejército no sabe con exactitud dónde te encuentras ni quién eres en realidad, porque los guerrilleros te dan la misma ropa que usan ellos. Te visten de camuflaje verde oliva, y también entre ellos hay mujeres guerrilleras, así que, en el caso de un enfrentamiento, los soldados nunca pueden saber a ciencia cierta quién es guerrillero y quién no. Hay además un largo historial de rescates fallidos. Y hubo casos en los que los guerrilleros mataron a tiros a los cautivos durante un intento de liberación por parte del Ejército. Los mataron cumpliendo las reglas de la guerrilla.
¿A usted la amenazaron con matarla? Sí, nos lo dijeron a Ingrid y a mí: Si el Ejército intenta rescatarlas, las matamos. Nosotros no las vamos a entregar. No dejaremos que nos las quiten. Sólo se las entregaremos muertas. Es bárbaro. Te lo dicen apuntándote con sus armas, cuando han advertido la presencia cercana de los soldados y tienen que cambiar de escondite. Y te lo repiten para que prepares tus cosas y salgas corriendo con ellos, sin retrasar la huida. Si te retrasas, te vuelven a apuntar y te lo vuelven a repetir: Antes de que las rescaten, las matamos.
¿Fue eso lo más duro de sus seis años de cautiverio? No.
¿Qué fue? La sensación de tiempo perdido. Yo era una persona permanentemente atareada, con unas ansias enormes de aprender. Incluso leía libros sobre cómo aprovechar mejor el tiempo. Y de pronto me vi cautiva y forzada a una inactividad insoportable. Sin noticias de los tuyos, sin periódicos, sumida en la monotonía más absoluta. El cautivo es despojado bruscamente de todo. Pierde por completo el control de su propia vida y de todo lo que le rodea. Se encuentra solo frente a sí mismo, sin nada más. No tienes más opciones que dejarte morir o luchar por la vida. Ingrid y yo decidimos luchar. No llevábamos ni tres días de secuestro cuando empezamos a pensar en huir y nos hicimos la promesa de escapar juntas en cuanto tuviéramos la menor oportunidad.
No lo consiguieron. Pero eso ya es casi lo de menos. Lo más relevante es que de aquellas fugas frustradas pasaban varios días de sustos y penalidades, perdidas en la selva hasta que se daban por vencidas o eran encontradas por la guerrilla surgió entre Ingrid y Clara un desencuentro tan grande que todavía hoy persiste. Poco tiempo después de que las FARC pusieran en libertad a Clara Rojas, gracias a la intermediación del presidente de Venezuela, Hugo Chávez, el Ejército colombiano logró, tras urdir una ingeniosa operación de rescate, liberar a Ingrid Betancourt.
¿Han hablado tras su liberación? No.
¿Nunca? Nunca.
¿Qué pasó entre ustedes? Habíamos intentado escaparnos varias veces. Incluso en una ocasión, el secretariado de las FARC mandó a un comandante para preguntarnos por qué seguíamos intentando escapar. No lo entendían. Ellos creían que nos trataban bien porque nos daban de comer todos los días. El caso es que, tras fracasar nuestro último intento de fuga, los soldados nos trataron con mucha rudeza. Nos encañonaron y amenazaron con matarnos. Incluso nos cambiaron de comandante y de guardianes. Los nuevos no se anduvieron con paños calientes. Nos colocaron un candado en el tobillo con una cadena de unos tres metros amarrada a un árbol. Sólo nos soltaban para ir al baño. Fue la única vez que nos pusieron cadenas durante los seis años, pero aquel recuerdo, terrible, dejó en mí una marca imborrable. Y creo que entonces empezó a cambiar mi actitud hacia Ingrid.
Clara Rojas admite que se irritó con su amiga cuando, en el segundo intento de fuga, Ingrid Betancourt se descontroló al toparse con un avispero. Fue a plena luz del día. Las dos fugitivas estaban cruzando el cauce de un riachuelo, escondidas bajo un puente de apenas un metro y medio de altura. Cuando Ingrid se topó con el avispero, salió corriendo y gritando, haciendo todo tipo de aspavientos a pesar de que era pleno día y podíamos ser vistas. De hecho, fueron capturadas. Intentaron combatir aquel fracaso rezando juntas por el padre de Ingrid, que acababa de fallecer, y leyendo y comentando la Biblia, pero poco a poco fueron encerrándose en el silencio y el desencuentro. Imagino, explica Clara Rojas, que cada una culpaba a la otra de que hubieran fracasado los intentos de fuga, pero nunca nos lo dijimos. Todo aquel dolor mal digerido creó entre nosotras una barrera de silencio. No podría decir que ocurriera un hecho concreto que rompiera nuestra amistad. Fue más bien un distanciamiento progresivo. La ruptura fue tal que el comandante que nos vigilaba decidió separarnos y ponernos en lugares distintos. La animosidad entre nosotras fue en aumento. Un día le pedí a los guerrilleros un diccionario para entretenerme. Cuando me lo trajeron, Ingrid no me lo dejó usar. También me hizo sufrir que me expulsara de las clases de francés que ella daba de vez en cuando a los demás cautivos. Opté por encerrarme definitivamente en el silencio.
¿Hubo algún momento en que pensó que podía estar perdiendo la razón? Sí. Hay un momento. La soledad me había embargado. Pasaba mucho tiempo callada, casi no pronunciaba palabra. Me había separado del grupo. Comía siempre sola, no tenía con quién hablar. Hasta perdí la costumbre de que alguien me dirigiera la palabra. Un día, cuando estaba lavando la ropa, vino el comandante a decirme algo, pero yo seguí con lo mío. No me inmuté con su llegada ni cuando se volvió hacia mí y me llamó por mi nombre. Como no le contesté, me llamó varias veces más hasta que perdió la paciencia y gritó: ¡Clara! Yo estaba como ida. Mi cuerpo estaba allí, pero mi mente andaba lejos. Aquel grito me sorprendió y me di la vuelta para mirarlo. Me di cuenta en ese momento de que estaba siendo ignorada completamente como ser humano.
¿Ese grito la salvó? Casi que sí, casi que sí. Me permitió reaccionar, y reaccionar positivamente. Otra persona se podría haber aislado más, y eso hubiese resultado fatal. Y con el grito yo me doy cuenta de ese peligro. Y es durísimo porque me percato de que necesito hablar con alguien, hacer algo, salir de ese círculo mortal. Ese momento es durísimo. Me doy cuenta de que me estoy aislando para contrarrestar la situación de cautiverio. Me estoy desconectando.
¿Se sintió torturada? Claro que todo aquello constituía una tortura.
¿Consciente? Claro. Si no es para hacerte daño, ¿por qué te quitan la radio? Por qué de pronto te dejan sin pilas, sabiendo que para ti es vital escuchar las noticias, los mensajes de apoyo de tu familia o los testimonios de las familias de otros secuestrados. Ellos saben el daño que están haciendo. Ellos me ven llorar de tristeza. Sí, conscientes sí son. Y, de hecho, hay un momento en el que un comandante me pide perdón en su nombre y en el de la organización. Hasta el grito, que yo logro utilizar para seguir adelante, es una forma de tortura. Para mí fue durísimo, hasta ese día nadie me había tratado así.
Y aun así, usted no habla con odio de los guerrilleros. Tengo un sentimiento doble. Yo soy conciente de que ellos reciben órdenes y de que su capacidad de reacción es mínima. Me doy cuenta de que algunos de ellos intentan mitigar ese dolor que me están causando. Yo sé que los responsables de mi secuestro son los comandantes de la secretaría de las FARC. Y sé que hay distintos niveles de responsabilidad. Por eso, durante el secuestro hago el esfuerzo de no manifestar mi inconformidad y todo mi desacuerdo contra ellos. Y también porque sé que es negativo para mí.
¿Usted los ha perdonado? Sí.
¿Por qué? Primero porque eso allana el camino a la libertad de las personas que aún están secuestradas. Y segundo, porque, al tener yo una dimensión pública, tengo una responsabilidad hacia los demás. Yo quiero un país en paz. Y si yo estoy resentida, traslado ese resentimiento a la población. Prefiero manejar esos sentimientos en busca de un ideal más amplio que es la paz. Y claro que la paz exige de justicia. Y que las FARC y me refiero al secretariado, a sus dirigentes tienen una responsabilidad que tendrán que pagar.
Después de aquella ducha en el hotel de Caracas, ¿qué hizo? Llamar a mi hijo.
Lo que viene a continuación es una historia de mucha alegría y de mucho dolor, una historia sobre hasta qué punto la vida, cuando quiere, se abre paso a puñetazos en las condiciones más adversas. Clara Rojas se quedó embarazada durante su cautiverio. A finales de 2003, después de una temporada en la que los guerrilleros cambiaron frecuentemente a sus víctimas de campamento, Clara notó que, además de sentirse mal, estaba aumentando de peso. Se lo comenté a algunos de mis compañeros, quienes me aconsejaron, con cierto malestar, que se lo comentara a la guerrilla. Noté ya entonces que no se querían implicar, y aquella respuesta me dejó un mal sabor de boca. Decidí pedir una cita con Martín Sombra, el jefe de los guerrilleros. Cuando me recibió, me dijo: Doña Clara, ¿cuál es la joda?. Clara Rojas le contó sus temores y él mandó llamar a una enfermera. Me sorprendió su manera de resolver el asunto, como si fuera un médico, sin interesarse por chismes ni cuentos. Cuando me iba, me regaló un par de paquetes de galletas y dos latas de leche condensada. Clara Rojas no durmió aquella noche. Antes del secuestro había pensando en tener un hijo. Notaba desde hacía un tiempo que estaba corriendo mi reloj biológico. Por eso, al saber que estaba embarazada, aunque fuera en una situación inverosímil y arriesgada, pensé que tal vez se trataba de la última oportunidad de cumplir mi aspiración de ser madre. Descarté enseguida la idea de no tener el niño.
A los pocos días, Martín Sombra la volvió a llamar para que se hiciera el test del embarazo. Cuando resultó positivo, el comandante y una enfermera me felicitaron y trataron de animarme. Él me recomendó que me untara en la barriga aceite de tigre y, al percatarse de mi angustia, me dijo: Clara, no se preocupe más de la cuenta. No vamos a dejarle morir a usted, ni a su bebé. Y recuerde: ese bebé es suyo y lo va a cuidar como una tigresa furiosa. Es aquí donde, sorprendentemente, los papeles se cambian. Al volver al campamento con la noticia, Clara Rojas sólo recibe indiferencia en el mejor de los casos o las críticas de sus compañeros.
¿Qué sucedió? Ingrid sólo me dijo: bienvenida al club, de una forma sarcástica que me llenó de pesar. Y al día siguiente los prisioneros me hicieron una encerrona. Me empezaron a preguntar de forma insistente quién era el padre de mi hijo. Unos me llamaron irresponsable y otros me acusaron de estar metiéndoles en problemas. Supongo que temían que se pensara que alguno de ellos era el padre, así que les devolví la pregunta: ¿alguno de ustedes es el padre? Al responder uno tras otro que no, les dije: muy bien, entonces no se preocupen. Déjenme tranquila, que yo respondo por mi bebé.
Clara está frente al espejo del lujoso hotel de Caracas adonde fue llevada tras su liberación. La cicatriz de la cesárea es el recuerdo de una noche de espanto donde los guerrilleros lucharon por que ella y su bebé sobrevivieran.
¿Qué vio aquel día en aquel espejo? Lo que sigo viendo ahora. El tiempo perdido. Mi hijo nació con el brazo fracturado. Y al poco de nacer me lo quitaron para llevarlo a tratamiento. Usted tiene que tener en cuenta que mi hijo y yo estuvimos tres años separados. Hay momentos en que estoy con él y veo a otras amigas que tienen a sus bebés y yo pienso: desde esa etapa hasta los cuatro años, yo la tengo en blanco, no sé cómo fue mi hijo cuando tenía dos años, o cuando tenía tres. Y eso me provoca un dolor infinito. Perdimos tiempo. Tiempo juntos. Vivencias vitales en la vida de las personas. Y eso me duele. Y eso ¿quién te lo devuelve?, ¿quién te devuelve el tiempo que perdiste? Mi hijo ya creció. ¿Quién vuelve el tiempo atrás?
¿Tiene esa pérdida muy presente? No, ya lo perdí y punto. Ahora intento estar con él todo lo posible. Dedicarle tiempo de calidad. No puedo estar quejándome todo el tiempo. Estoy feliz. Y noto que él también es un niño feliz. Y con mucho sentimiento de propiedad hacia mí. Me dice mucho: Eres mi mamá.
Su hijo, durante el tiempo en que la guerrilla lo entregó a un campesino y aun después, cuando estuvo en un centro de acogida, vivió bajo otro nombre Sí, pero eso lo ha manejado muy bien. Desde que nació se llama Emmanuel. Porque yo lo bauticé y debe tener un recuerdo emocional. Y cuando lo encontraron y se demostró que era mi hijo, organizaron un juego en el que todos los niños se cambiaban de nombre. Hicieron una terapia para que él entendiera el proceso. Y además le dijeron que su nombre significa una bendición de Dios, Dios entre nosotros, y él lo entiende y le gusta. El otro día le dijeron: ¿Cómo te llamas?. Y él dijo: Emmanuel, el todopoderoso, mira cuánto puedo correr.
Clara Rojas acaba de escribir un libro con toda su aventura. Hay sólo un lugar de sombra, un secreto metido en un cofre con siete cerrojos donde nadie puede entrar. Cuando Colombia se enteró de que había tenido un niño en la selva, se habló de drama, de historia de amor. Lo único cierto en todo lo que se ha contado hasta ahora es que tuve un hijo en cautiverio. Eso es un hecho. Todo lo demás no tiene ningún fundamento. Me corresponde a mí decir qué se hace público sobre mi historia y qué no. Es algo reservado a mi hijo Emmanuel, cuando me pregunte por ello. Aún no es el momento. Lo único que quiero decir es que durante el secuestro viví una experiencia que me dejó embarazada. Pero mi verdadera historia de amor comienza cuando descubro que espero un hijo y decido salvarle la vida.
Clara Rojas se va entre sonrisas de este club social de Bogotá donde los camareros la vieron crecer. En su casa, a las afueras de la ciudad, la espera su hijo, Emmanuel, que dentro de unos días cumplirá cinco años, y su madre, una mujer valiente que durante aquellos seis terribles años no dejó de luchar para arrancársela a la selva. A veces, en medio de los juegos, Emmanuel se pone serio y dispara una pregunta que pone un nudo en el corazón de su madre:
Mamá, ¿por qué no fuiste a por mí antes? Yo te extrañaba.

Un Gobierno sin mujeres

Dos periódicos judíos ultra ortodoxos manipulan la fotografía de grupo del nuevo Ejecutivo de

Israel para borrar a las dos ministras
ELPAÍS.com - Madrid - 04/04/2009
Parece la misma foto, pero no lo es. La diferencia: Limor Livnat y Sofa Landver, las dos ministras del nuevo Gobierno de Israel presidido por Benjamín Netanyahu, han desaparecido de la foto de grupo institucional, publicada en dos periódicos judíos ultra ortodoxos, informa la cadena británica BBC en su página web.
El periódico Yated Neeman reemplazó los retratos de las dos políticas por las imágenes de dos hombres, mientras que The Shaa Tova, optó simplemente por ensombrecer las zonas donde estaban colocadas Livnat y Landver. Para estos dos diarios y la corriente religiosa a la que pertenecen, la publicación de fotografías de mujeres supone una violación de la modestia femenina, explica el periódico británico The Guardian.
Según ese mismo diario británico, no es la primera vez que algo así ocurre. Los periódicos judíos ultra ortodoxos no publican fotografías de Tzipi Livni, jefa del partido Kadima en Israel, e incluso evitan mencionar su nombre.
Los integrantes de la comunidad judía ultra ortodoxa mantienen prácticas religiosas tradicionales que les diferencian de la mayor parte de la sociedad, como las costumbres kosher, los sombreros negros y los tirabuzones a cada lado del rostro en los hombres, o las faldas y mangas largas en las mujeres, entre otras.