lunes, 25 de mayo de 2009

La justicia de los hombres


Hoy he comparado estas dos noticias aparecidas en el diario “El País” con algunos pocos días de diferencia. En una de ellas, el Juez decano de Barcelona José Manuel Regadera, denunciado por su mujer por presunta agresión, dimite de su cargo argumentando la pérdida de confianza de sus compañeros. En la otra mi tocaya, la guatemalteca Mercedes Hernández, dice que el fracaso del sistema judicial de su país es total, ya que de las 3.500 mujeres muertas sólo ha habido 13 condenas. Como verán, en el primer caso la justicia hace justicia consigo misma aunque no lo reconozca y en el segundo caso se podría decir que la justicia no hace justicia porque es una mas de las miles de mujeres que han perdido la vida en el marco de la violencia de género. Muy buenos días. Mariana Hernández Larguía.

Dimite el juez decano de Barcelona acusado de maltratar a su mujer

José Manuel Regadera asegura que el motivo de la renuncia es que sus compañeros han perdido la confianza en él

PERE RÍOS - Barcelona - 25/05/2009
El juez decano de Barcelona, José Manuel Regadera, ha dimitido hoy después de varias semanas de polémica por su imputación por malos tratos a su esposa el pasado 2 de abril. Regadera ha comunicado esta mañana su dimisión que ha justificado por el motivo "exclusivo" de que algunos compañeros han perdido la confianza en él.
"Siempre he tratado de representarles por igual con la máxima dignidad, la que se merece la Carrera Judicial", manifiesta en un comunicado del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña dirigido a los jueces. Regadera está acusado por malos tratos a su mujer en una discusión en la que él le reconoció la infidelidad.
Aquella noche, la pareja llegó a las manos y los mossos se presentaron en el domicilio de en Barcelona. Horas después, Regadera y su esposa de la que está en trámites de separación, acudieron a declarar al juzgado de violencia sobre la mujer. Allí, el juez les acusó de un delito de violencia doméstica y solicitó nueve meses de prisión para él y siete para ella. E l juicio se celebrará el próximo mes de septiembre en Barcelona.
Hasta ahora, Regadera había soportado las peticiones de dimisión, pero la semana pasada 18 jueces pidieron la renuncia porque consideraban que dañaba la imagen del colectivo. Más allá de esta petición, Regadera había perdido la confianza de la presidenta del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, María Eugenia Alegret, que pertenece como él a la conservadora y mayoritaria Asociación Profesional de la Magistratura (APM).
"La situación procesal del juez decano y la amplia trascendencia mediática comprometen gravemente su función representativa de los jueces de esta ciudad", afirmaban en una carta 18 de los 33 jueces de instrucción de Barcelona. Regadera ha considerado oportuno abandonar el
cargo tras recibir esta carta porque "pese a ser muy minoritaria la petición, es suficiente para renunciar a la representación de los jueces de Barcelona", según consta en otro documento remitido a los casi 200 jueces que ejercen en la demarcación barcelonesa.
El pasado 16 de abril, Regadera envió un correo electrónico a sus compañeros en el que pedía perdón. "Os pido a todos disculpas por no haber sabido evitar que cuestiones de mi vida privada tuvieran tan lamentable repercusión pública".

Entrevista con Mercedes Hernández
"El toque de queda era como vivir en una nave espacial"
LULA GÓMEZ 11/01/2008
Tiene 29 años y, según se sienta y pide un café reconoce que su vida no es normal; no, en España; sí, en Guatemala. Nació allí en los años de plena violencia y hoy se refugia en Madrid en medio de una huida permanente de la muerte, rumbo a la verdad. "Cuando huimos de nuestro pueblo pasamos a vivir a la capital en una caravana. Era la época del toque de queda pero los niños nunca nos dimos cuenta. Tampoco de que éramos pobres. Mi padre nos decía que estábamos en una nave espacial y que por eso no podíamos jugar en la calle".
Entre sorbo y sorbo de café -americano; los de aquí no le gustan: "No tienen el cuerpo, ni el gusto ni el aroma de los de mi tierra"-, Mercedes Hernández, de ojos, piel y chal color café, explica su entrega: "Mi madre es partera y yo la acompañaba siempre. Las comadronas en mi país tienen mucha incidencia: tocan aspectos muy íntimos de la mujer, inaccesibles para muchos". Así fue como, de casa en casa, fue conociendo la realidad de un país en un camino que la condujo a la Comisión de Derechos Humanos Hispano Guatemalteca, y al exilio.
Pero su primer recuerdo la lleva a los cuatro años y a la noche en que la guerrilla atacó su pueblo, Sacapulas, quemó sus casas y a su gente. "Al día siguiente entró el Ejército con más violencia y muerte, si cabe", explica dulcemente Mercedes Hernández.
"Aquella noche en que huimos, mi padre me salvó la vida. Me dijo que éramos caballos y que teníamos que salir muy despacito, gateando, callados y sin hacer ruido. Él me protegía con su cuerpo. Años más tarde me di cuenta de que las gotas que me caían en el cuello eran sus lágrimas". Sus padres, campesinos, se salvaron y siguen viviendo en Guatemala. Hoy y entonces se han dedicado siempre a trabajos comunitarios. Y ella vive desde 2006 en Madrid: está amenazada de muerte. ¿Su delito? Defender los derechos humanos.
Hernández, como por contagio de la labor de sus progenitores, se dedica a defender los derechos de los más marginados. A los 27 tuvo que abandonar su país: su denuncia del feminicidio que vive Guatemala (3.500 mujeres muertas en los últimos cinco años en la más absoluta impunidad) le ha valido varias amenazas de muerte. Aquí también le llegan. Siempre anónimas, al móvil.
En el segundo café, la mirada de esta mujer de semblante sonriente se endurece: vuelve a los datos y a la lucha que mantiene por las mujeres. "Nuestra batalla ahora es que el Gobierno apruebe la ley contra el feminicidio. El fracaso del sistema judicial guatemalteco es total. De las 3.500 mujeres muertas sólo ha habido 13 condenas", afirma al tiempo que juega con el
sobre de sacarina, un dulce que toma por solidaridad con su padre y un ex novio, diabéticos ambos, dos referentes en su vida que le demuestran que no todos los hombres de su país son machistas. Son pequeños detalles que le mantienen unida a ellos, explica, como el chal que tejió su madre antes de que partiera y que se pone siempre que habla en público.
"Son símbolos y a mí me sirven tanto como contar mi historia; porque cada vez que se denuncia el peligro que corremos los que defendemos los derechos humanos en Guatemala, cada vez que contamos nuestra situación, se enciende una luz en un callejón a oscuras".

sábado, 16 de mayo de 2009

La azafata mala y el pirata honrado


Aunque está publicado en varios medios en la red, este artículo lo recibí en un correo que me envió mi compañera la Gringa Echegoy. Normalmente confronto dos noticias, pero hoy voy a comparar una noticia, la de la confesión de la azafata de la muerte, con una canción de José Goytisolo, cantada por un Varón para la vida. Linkeo la canción y transcribo la nota. Buenas y santas. Mariana Hernández Larguía

http://www.youtube.com/watch?v=xU-qpm5ddms&feature=player_embedded

La confesión de la "azafata" de los "vuelos de la muerte"

Lunes 11 de mayo de 2009.

Una psiquiatra relató ante colegas que en la dictadura dopaba a víctimas de la represión antes de ser arrojadas al Río de la Plata. Hace más de tres años, durante una reunión con su grupo de trabajo y reflexión, la psiquiatra Silvia María Patera ya no pudo soportar el peso de su pasado, y se quebró: confesó con pesadumbre que fue obligada por sus superiores a inyectar clorato de potasio (una sustancia adormecedora que afecta el sistema nervioso central) a detenidos clandestinos, que participó en vuelos de la muerte y que, según se sabría más tarde, fue partera de embarazadas secuestradas en nacimientos clandestinos. Sus colegas y ocasionales testigos de esa noche, se quedaron impávidos ante lo que oían.
Ella acababa de relatar por segunda vez en 30 años de profesión sus difíciles inicios: su trabajo –desde febrero de 1976 hasta el fin de la dictadura– como enfermera en el Hospital Militar Central, y las cosas que allí había visto y vivido.
Seis meses después, y tras varios cruces con sus ex compañeros que querían aquietar lo oído, Osvaldo Hugo Cucagna –quien, paradójicamente, era el único que ya no estaba cuando Patera tomó la palabra– prestó declaración contando los hechos ante el Juzgado Federal 3, de Daniel Rafecas, que instruye la megacausa del Primer Cuerpo de Ejército.
Por criterios netamente procesales el juzgado no profundizó la pista: las dos líneas de investigación que se sigue apuntan a la reconstrucción de responsabilidades por cadena de mando y/o Centro Clandestino. La denuncia sobre la psiquiatra, sin militares involucrados y aislada de los circuitos represivos, no tiene todavía suficiente peso como para abrir otra línea de investigación sobre el Hospital Militar Central, donde no se han comprobado judicialmente el paso de detenidos ilegales ni partos clandestinos. Por otro lado, las fuentes judiciales deslizaron que su propia confesión no es una evidencia sólida para incriminarla. La declaración de Cucagna fue remitida al juzgado de San Martín que investiga la función del Hospital Militar de Campo de Mayo como maternidad clandestina.
El miércoles pasado en el Juicio por la Verdad de La Plata, el denunciante volvió a ventilar los detalles de esa distendida tertulia cuyas consecuencias para sus protagonistas son aún impredecibles. Hoy, por primera vez, los difunde Miradas al Sur.
Confesión nocturna. Osvaldo Hugo Cucagna es docente de la cátedra de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, miembro de la red No a la Trata y del Centro de investigación de Medios de Comunicación y Semiología de la Vida Cotidiana (Ceims).
Durante la noche del 5 de abril de 2006 se reunieron ocho integrantes del Ceims en la casa de Noemí Focsaner, entre los que había tres psiquiatras, cuatro psicólogos y una licenciada en comunicación, para hacer un racconto íntimo de la huella que había dejado en sus subjetividades el Terrorismo de Estado. Había un motivo especial para hacerlo: visitaba a la dueña de casa una estudiante de cine francoamericana, Gabriella Kessler, que estaba en el país haciendo un reportaje sobre los 30 años del golpe de Estado para su tesis doctoral, y pidió filmar la reunión, sin sospechar que el fin de la noche deparaba un abrupto viaje al pasado.
No sólo que todos los presentes estuvieron de acuerdo en que se registrara, sino que al retirarse firmaron una autorización para que la película pudiera ser exhibida, inclusive la ex enfermera. Uno a uno, comenzaron a exponer sobre el tema. Después de haberlo hecho, Cucagna se retiró a su casa. El reloj marcaba las 23.30.
A la mañana siguiente, María de los Ángeles López Geist, una de sus compañeras, lo llamó por “desesperada”, para contarle el epílogo inaudito de la velada que había sido para él casi una terapia de grupo.
Era la segunda vez que Patera lo confesaba. La primera había sido en una reunión de psicodrama de Apsa (Asociación de Psiquiátras Argentinos), aunque para el auditorio, según Cucagna, “fue como si escuchara la lluvia caer”.
La joven cineasta volvió a Europa con el material, no sin antes dejar tres copias del DVD. Imagen y sonido impecables. Según cuenta Osvaldo, los depositarios fueron Carlos Repetto, María de los Ángeles López Geist y la comunicadora Paula Morell. Con el tiempo, se convertirían en sus custodios más celosos.
El Grupo de los Siete. Las revelaciones de Patera causaron gran conmoción al interior del selecto clan confesor. Durante los primeros días, circularon entre sus azorados miembros con cierto afán, y hasta apoyaron la idea de hacer la denuncia. “Cinco de de los seis que estaban me confirmaron que eran ciertas”, dice Cucagna. Pero pronto afloraron las diferencias internas acerca de cómo proceder con información tan delicada, y el ímpetu inicial se estancó. Casi todos eligieron callar, considerarlas un desvarío que emanaba de una psiquis atribulada. Fue el caso de Carlos Repetto, actual presidente del Capítulo de Medios y Vida Cotidiana de Apsa y director de la revista del Ceims, Sujeto mediático. “Insistía con que estaba desvariando”, agrega el denunciante.
“Les pedí que me mostraran ese video, pero no quisieron –evoca Cucagna–. Un día me llama María de los Ángeles para decirme que yo tengo derecho a ver el DVD y que me lo va a prestar. Cuando llegó me dice ‘no puedo, porque si te doy el DVD tengo que romper con ellos’, y no me lo entregó.”
Pese a todo, se resistía a adoptar la tesis autocomplaciente del simple exabrupto. Hizo la denuncia el 19 de octubre de 2006 en el Juzgado de Rafecas reproduciendo las confidencias de la ex enfermera, tal como se las habían contado. Se contactó con Kessler para que le enviara el original desde Londres. Lo hizo dos veces: una vez llegó roto, y la otra, sin sonido. Y contrató una joven hipoacúsica. “Con un trabajo muy paciente de lectura de labios, se pudieron decodificar fragmentos, y entre las cosas que larga dice que la llevaban a hacer partos a la cárcel.”
El rol del Hospital Militar durante los años de plomo es un terreno aún poco explorado por los organismos de derechos humanos y los investigadores judiciales. Horacio Schiavo, jefe de la Maternidad del Hospital Militar Central durante la dictadura, testimonió en el juicio oral al ex gendarme Víctor Rei –en el que fue condenado a 16 años de prisión– que “cualquiera puede hacer un certificado (de nacimiento)… Lo firma uno, después se rompe y lo firma otro”. Tanto este caso de Alejandro Sandoval Fontana, como en el de otras dos nietas restituidas, Claudia Poblete y Eugenia Sampallo, las partidas de nacimiento falsas fueron firmadas por Julio César Cáceres Monié, el fallecido jefe de Cardiología del hospital.
El silencio es salud. El viernes por la tarde Miradas al Sur se comunicó telefónicamente con Patera para darle la posibilidad de dar su versión. Aunque se excusó, algo alterada, en que tenía “absolutamente prohibido hacer declaraciones sobre el tema”, alcanzó a negarlo. Aquí, lo más sustancial del diálogo:
–Quería conocer su versión acerca de la denuncia que se conoció públicamente la semana pasada durante el juicio…
–De eso no voy a hablar. Esa información es una injuria contra mí. Todo es mentira. No tengo nada que ver con esos hechos que se dicen.
–Por eso quería hablar con usted, para que me diera su versión de los hechos.
–¿Y vos te atrevés a publicar una opinión con información que no es fidedigna?
–No es mi opinión, hay una denuncia judicial que la involucra…
–Ahora voy a colgar– dijo, antes de pedir que no volvieran a llamarla.
Por si la denuncia judicial de Cucagna ante el Juzgado Federal y la Cámara de La Plata, la entrevista periodística realizada posteriormente, las imágenes mudas de la reunión en las que se ve a Patera y su posterior lectura de labios y parcial decodificación por una hipoacúsica, no hubieran sido pruebas suficientes, este diario quiso chequear la información con una fuente más. Existía un cuarto DVD con el homenaje que psicólogos y psiquiatras iban a rendirle esa noche a las tres décadas de democracia. Era la filmación original, la de Gabriella Kessler, aquella por la que –luego de dos envíos truncos– Cucagna se había dado por vencido.
Valía la pena un nuevo intento, al menos por una consulta. El correo electrónico a Londres, donde reside Kessler, pedía la confirmación acerca del contenido del registro. Es decir, si esa inesperada confesión que una furiosa Silvia Patera hoy desmiente, que sus antiguos colegas silenciaron por cobardía o corporativismo, es real: si contó esa noche haber inyectado clorato de potasio a los desaparecidos, o haber participado en los vuelos de la muerte. Y Gabriella, la novena presencia en la casa durante la noche del 5 de abril, dispuesta a quebrar los códigos de silencio, contestó.
Textual, su respuesta dice: “Puedo confirmar que en abril 2006, la doctora Silvia Patera dijo estas cosas sobre su pasado y que grabé esta conversación”. Más adelante pide perdón por su castellano: “Olvidé mucho desde mi tiempo en Buenos Aires. ¡Espero que se entiende todo!”. Perfectamente, Kessler. Claro como el agua.
Por Laureano Barrera

domingo, 3 de mayo de 2009

La pérdida de la hipocresía


Una nota a la ganadora del reciente premio Clarín de novela con su libro "Perder", Raquel Robles, donde tilda de hipócrita a la ley de minoridad (también un link donde podemos ver un reportaje a dicha autora) y un texto de Roberto Gargarella que me envió mi amiga Lilian Echegoy, donde se explica cómo se exige mayor violencia de estado en nombre de lo que erróneamente se considera voluntad mayoritaria y democrática, es decir, otra hipocresía mas. Hipocresía, mucha hipocresía. Una la leí en el diario Clarín de Buenos Aires, la otra, como he dicho, la recibí en mi correo electrónico. Mariana Hernández Larguía

http://www.clarin.com/shared/v8.1/swf/fullscreen_video.html?archivo=http://contenidos2.clarin.com/2009/05/02/raquel.flv

Raquel Robles: "A nuestros niños les falta infancia"

La autora de "Perder", ganadora del premio Clarín de Novela, tilda de hipócrita la discusión por la Ley de Minoridad. "Tratarlos a los chicos como adultos sólo traerá problemas" dice la escritora, quien también dirige un instituto de menores en esta ciudad.

Por: Horacio Bilbao.
En su libro Perder, Raquel Robles cuenta la historia de un duelo. El de una madre que perdió a su hijo en un accidente. Sabe bien lo que es perder. Sus padres son desaparecidos de la última dictadura militar. Y usa la literatura para sobrevivir y también para intervenir en la realidad. Es una de las fundadoras de HIJOS, y trabaja con menores. Sin descanso, pasó por la redacción de Ñ en la Feria, donde mantuvo esta breve entrevista.

¿Cómo estás viendo el debate, el revuelo por la nueva Ley de Minoridad?
Se ha vuelto una discusión hipócrita. Suponer que bajar la edad de imputabilidad nos va a dar una solución me parece una tontería total. Es muy peligroso no asumir la posibilidad adulta de educar a esos chicos y pedir penas para ellos, que se vayan a vivir a otro lado o pedir que los maten.
¿Y qué se puede hacer?
Es bueno que el Estado reaccione cuando hay una transgresión a la ley. Tiene que reaccionar. Pero un niño no puede absorber una sanción como un adulto, no la puede subjetivar, no tiene la capacidad evolutiva para hacerla propia.
¿Qué análisis de situación hacés desde tu trabajo con menores?
En el instituto de menores vemos que no hay más chicos delinquiendo que antes. Todo lo contrario, el número se redujo a la mitad que en 2005.
Yendo a tu novela, ¿qué devolución te hacen los lectores?
No he tenido devoluciones literarias, sí desde la experiencia de la gente. Cuando uno escribe un libro tiene la expectativa o la ilusión de meterse en la intimidad del otro. Cuando leemos estamos en presencia de una voz interior.
¿Y qué les dice esa voz interior a los lectores, cuál es el mensaje?
La vida misma te va envolviendo y va haciendo que llegues a la otra orilla, aunque no quieras. Cuando vivimos momentos duros, saber que en algún momento va a pasar, no sirve de mucho. Pero hay que tener esa certeza, la vida siempre se va a colar con otros personajes, con otros afectos. Nos van a querer igual aunque nosotros no queramos a nadie. Y eso es bueno saberlo.

Hoy se exige mayor violencia del Estado en nombre de lo que se considera la voluntad mayoritaria y democrática. Pero tomar en serio lo que quiere "la gente" no debería llevar a dar autoridad a los reclamos de sus repentinos voceros o profetas.

Por: Roberto Gargarella Fuente
El populismo penal es un virus especialmente nocivo que recorre la Argentina de un extremo al otro, recurrentemente, cada vez que algún hecho criminal logra capturar la indignación colectiva. El populismo penal tiene una receta y una respuesta habituales frente al crimen -mayor violencia estatal- pero con una novedad llamativa: reclama dicha violencia en nombre de la voluntad mayoritaria. Se trata, por tanto, de un movimiento que promueve un Estado más duro, en nombre de la democracia: "la gente lo pide" -se nos dice-, o también: "hay un clamor popular que exige terminar con esto."Ocultos detrás de lo que se presenta como el sentir democrático de la sociedad, los defensores del endurecimiento penal consiguen así un doble objetivo. Por un lado, ellos se resguardan frente a las críticas dirigidas contra sus propuestas (como si ellos no fueran quienes exigen mayor violencia estatal, sino sólo los voceros de un reclamo colectivo). Por otro lado, dotan a sus polémicas exigencias de un halo de irreprochabilidad, frente a las voces de sus opositores: nadie se siente cómodo hablando en contra de (lo que se presenta como) las demandas democráticas de la comunidad. Los argumentos que uno podría dar contra las propuestas del populismo penal son numerosos (su reduccionismo, su simplismo, la probada inutilidad e ineficiencia de sus políticas, su moralidad dudosa, su pobre entendimiento de la naturaleza humana, su falta de humanismo), pero no es necesario, a esta altura, poner el foco sobre el contenido de dicho programa. Interesa por el momento algo previo, como lo es cuestionar las pretensiones democráticas del populismo penal -la idea según la cual existe una conexión íntima entre el populismo penal y el "sentir de la gente."Conviene hacer referencia al menos a tres cuestiones. En primer lugar, quienes reivindicamos la idea de un derecho penal más democrático no tenemos que aceptar la idea según la cual quienes están mejor situados para decir qué respuesta corresponde dar, frente a un crimen, son las víctimas o sus allegados. Conviene enfatizar este punto dada la frecuencia con que, después de un crimen, las cámaras de televisión ponen sus focos sobre el dolor de quienes han sido agredidos, mostrándolas como las voces más auténticas -y así, más auténticamente representativas- de la comunidad. Para no dar lugar a confusiones: es muy importante cuidar, proteger, amparar a las víctimas, darles contención, trabajar para reparar las (a veces irreparables) pérdidas que han sufrido. Sin embargo, ese máximo respeto no requiere ni implica convertir a aquellas en lo que no son, es decir en autoridades en materia penal. Más bien lo contrario: es difícil que pueda surgir una norma justa desde la (entendible) indignación que genera el crimen sobre quienes lo sufren desde más cerca. En segundo lugar, a quienes dicen que hay que adoptar penas extremas (como la pena de muerte o la reclusión por tiempo indeterminado) argumentando que eso es lo que reclama -democráticamente- la sociedad, corresponde preguntarles qué es lo que entienden por democracia. Por supuesto, una manifestación en contra (o a favor) de la inseguridad puede ser una legítima expresión popular, pero no es lo mismo conocer las legítimas demandas de un grupo de personas en la calle, que reconocer la voluntad del pueblo o de la mayoría del pueblo.Asimismo, tampoco merece llamarse "voluntad democrática del pueblo" al mero resultado de alguna encuesta (una encuesta puede tener sentido para un empresario interesado en vender más jabones o autos, pero no para definir criterios sobre lo que es justo). La decisión democrática es algo diferente a todo ello -algo que se vincula finalmente con el sufragio, y que exige información plural, discusión e intercambio de ideas entre quienes piensan distinto sobre el tema en disputa.Finalmente, y lo que es más importante. En países como el nuestro, tan marcados por la pobreza, la desigualdad y la permanente injusticia social, existen millones de voces que se encuentran marginadas de la comunidad y que son, no casualmente, las que más directamente sufren la violencia estatal. Por ello, resulta simplista e irrespetuoso sugerir que el sufriente testimonio de un puñado de personas, en la radio o frente a las cámaras de televisión, sintetiza los reclamos de las millones de voces silenciadas que existen en el país. Uno de los principales dramas de la Argentina contemporánea tiene que ver, justamente, con la negación de la palabra a secciones enteras de la comunidad. Tomar en serio lo que quiere "la gente," en materia penal por ejemplo, debiera llevarnos a recuperar -con urgencia- las voces no escuchadas y silenciadas, antes que a dar autoridad a los reclamos de sus repentinos voceros o profetas.