jueves, 26 de noviembre de 2009

Hay debates que son indispensables


El artículo que ven en un principio salió publicado en el diario El País en respuesta al ataque que sufrió el que ven mas abajo, que también apareció en el diario El País unos días antes. En el de mas abajo, quien lo suscribe, desarrolla una idea a partir de la observación de una campaña publicitaria contra la violencia de “género”. En este que ven al principio se explica claramente esa circunstancia y se sale en defensa del que ven en segundo lugar. Ambos dos generaron polémicas y el debate es una manifestación sumamente democrática. Lo que seguramente es incuestionable es que la posibilidad de analizar este tema con un mínimo de rigor, conlleva como condición sin ecuanon, no perder de vista la complejidad y por ende la multiplicidad de aspectos que concurren en el mismo. Desde mi modesta opinión, el concepto de “genero” no solo sesga la posibilidad de acercarse con el rigor antes mentado a está problemática social, sino que, lo que es más grave, conlleva un reduccionismo casi tan peligroso como el más recalcitrante machismo. Por lo tanto, con el fuego ya encendido, no tenemos mas que echarle leña para mantener la luz. Salud.
Mariana Hernández Larguía.


Machismo y mordaza

Maite Rico 26/11/2009
Soy mujer y no me gusta que me maltraten. Lo juro. La brutalidad machista me subleva. También soy periodista, y no me gusta que me callen. Desconfío por tanto de aquellos que pretenden imponer su criterio por la vía de silenciar al disidente.
Agitar el tarro de las esencias para llamar a la censura es entrar en un terreno muy resbaladizo
Lectoras indignadas por el artículo Revanchismo de género, firmado por Enrique Lynch, han protestado ante la Defensora del Lector de EL PAÍS no ya por su contenido, sino por el hecho de que se haya publicado. Semejante texto, dicen, nunca debió haber visto la luz en estas páginas. Los motivos: contiene "ideas retrógradas y confundidas", presenta "un punto de vista funesto y equivocado". Es "una apología de la violencia machista". Una psicóloga concluye que este diario "no respeta a las mujeres".
Una ojeada a los comentarios que ese mismo artículo ha suscitado en EL PAÍS digital ofrece, sin embargo, un panorama diferente, muy alejado de tanta unanimidad. De las 85 opiniones registradas, 39 (un 46%) critican a Lynch, pero 34 (el 40%) están de acuerdo con él. (El resto no se define o son intercambios entre los participantes). Sólo ocho lamentan que la columna se haya publicado. Exactamente el mismo número que agradece al autor su valentía por haberla escrito. El texto fue enviado 175 veces, una cifra bastante alta, según los expertos de la web.
Fijémonos en los defensores de Lynch. Muchos hombres y algunas mujeres. La mayoría aboga por la igualdad y deplora el sesgo revanchista que dicen percibir en el movimiento feminista. Muchos creen que la campaña publicitaria del Gobierno que dio pie al artículo fomenta la rivalidad porque sitúa a la mujer por encima del hombre. "¿No es mejor decir que ningún ser humano es más ni menos que otro?", sugieren varios lectores.
Otros comentarios cuestionan la idoneidad de la discriminación positiva, la ruptura del principio de igualdad de los ciudadanos ante la ley, las falsas denuncias de malos tratos para sacar ventaja en los procesos de separación o el papel de las propias mujeres en la reproducción de las conductas machistas, al que también aludía el autor. Es decir, que el artículo ha sacado a la palestra cuestiones que inquietan a la opinión pública, pero que se soslayan en el debate político y en los propios medios de comunicación.
¿No sentimos todos estupor al saber que un hombre ha sufrido 11 meses de cárcel en Sevilla por una falsa acusación de malos tratos? ¿No conocemos a jefas que ejercen el acoso laboral con la misma fruición que el más cabronazo de los jefes? ¿Cuántos abusos sexuales infantiles no se perpetran arropados con el silencio cómplice de la madre? Este mismo domingo Elvira Lindo describía un caso desgarrador en su columna de EL PAÍS. Sí, claro, ahí nos sumergimos en el escabroso mundo de las patologías psiquiátricas. ¿No entran dentro de esa categoría los celos enfermizos que conducen al asesinato y al suicidio? ¿O la dependencia que lleva a algunas mujeres a buscar y defender a sus maltratadores? ¿Es machista el octogenario que después de cuidar durante 20 años a una esposa con Alzheimer acaba matándola y quitándose él después la vida? Éstos son casos reales. Y la realidad, con sus aristas, no siempre encaja en etiquetas simplificadoras. Por eso, la ley contra la violencia de género, necesaria como es, nunca acabará de poner orden en los oscuros corredores de la naturaleza humana.
La columna de Lynch (al margen de lo que yo opine sobre ella) ha generado un interesante intercambio en la web. Y todos esos lectores, los favorables y los contrarios, también forman parte de EL PAÍS, cuya identidad está marcada por la defensa de la libertad de expresión. Tiendo a pensar que, por su espontaneidad y por su inmediatez, esos comentarios reflejan mejor el pulso de la calle que las cartas al director, que requieren más elaboración y empeño.
En otras latitudes, los grandes diarios de calidad son fuente de información y de debates sin exclusiones. En España, con nuestra querencia por la trinchera, vamos al quiosco con el carné de militante en la boca. La web está diversificando las audiencias. EL PAÍS, incluso, ha dejado de ser español: mejor dicho, ya no es sólo español. Agitar el tarro de las esencias y esgrimir la superioridad moral para llamar a la censura es entrar en un terreno muy resbaladizo.
La plaga de la corrección política se cuela por todas las fisuras. Los guardianes de la ortodoxia positiva nos roban palabras, dibujos animados y canciones, nos culpabilizan por contar chistes, arrasan con la economía del lenguaje y alargan los discursos innecesariamente ("vascos y vascas"). También nos cambian el sexo por el signo arroba (hola a tod@s) y nos castigan con eufemismos y neologismos peregrinos ("miembras").
Más allá de los desmanes gramaticales, la corrección política tiene efectos tan perversos como la autocensura. El miedo a ser estigmatizado impone el silencio y liquida la discrepancia.
Pero como la autocensura no basta, hay quienes piden, además, la mordaza. A menudo, los biempensantes -que suelen pensar mal- y los reaccionarios se mueven en el mismo terreno de la intolerancia. Empiezan matando palabras y acaban resucitando el delito de opinión. Y eso es precisamente lo que hay que evitar. Un periódico debe ser un foco permanente de agitación intelectual.

Revanchismo de género

Enrique Lynch
Por la ventanilla del metro de Barcelona alcanzo a ver una valla concebida por el Ministerio de la Igualdad, creado por el Gobierno del señor Rodríguez Zapatero. En primer plano, una mujer joven y atractiva llamada Angie Cepeda luce unos preciosos pendientes de plata. Su mirada es diáfana y la complementa con una sonrisa displicente, quizá un punto altanera. El lema de la valla reza: "De todos los hombres que haya en mi vida ninguno será más que yo".
En un primer momento esta consigna cargada de insinuaciones y connotaciones -cosa lógica, si no, no sería tal- despierta mi alarma. Primero, parece afirmar que una mujer española contemporánea tiene (mejor dicho, el eslogan implica que ha de tener) muchos hombres; o da por sentado que ya los ha tenido, afirmación que, cuando menos, resulta discutible. Segundo, la redacción adultera un cliché, puesto que lo normal sería dar la sintaxis en pasado. Según los principios igualitaristas lo correcto habría sido: "De todos los hombres que hubo en mi vida ninguno fue más que yo".
Redactada así, la afirmación habría sido consistente y hasta neutral pero, claro, no serviría al anhelo de revancha, que parece inevitable en cualquier referencia actual a la condición femenina. Por curiosidad busco en Internet la campaña y compruebo que el eslogan en boca de hombres no sugiere lo mismo. O sea que hay evidentes matices "de género". ¿Qué es lo que resulta chocante aquí? Que parece jalear la guerra de sexos, como desde hace décadas hace el feminismo mal encarado, según la pauta de lo que Nietzsche llamaba "moral de la víctima". He ahí la razón de mi alarma: la sola presunción de que un hombre pretenda ser más que una mujer; o que una mujer se declare superior a un hombre, es lo que este ministerio debería combatir sin dar lugar a equívocos.
Incurrir en feminismos implícitos de cualquier índole es una contradicción flagrante de la función para la que este Gobierno concibió el Ministerio de la Igualdad. Ninguna repartición pública debería alentar subrepticiamente a las mujeres a ser más que los hombres y, en este caso, parece claro que la consigna no sugiere la igualdad de los sexos sino que viene a recomendar que "ningún hombre ha de ser más que una mujer"; pero, como en semejante jerarquía elemental si no "eres más" necesariamente "eres menos", las mujeres no tienen más remedio que pensar que Angie Cepeda, erigida en portavoz del Ministerio de la Igualdad, les aconseja imponerse a sus futuros hombres.
Ahora bien, las aberraciones de esta valla no son sólo sintácticas o connotativas o adverbiales. Se supone que estimula a las mujeres a no dejarse avasallar por sus hombres, pero lo que en verdad hace es recordar aquella escena memorable con que comienza la película Magnolia, en la que un espléndido Tom Cruise interpreta a un conferenciante que dicta lecciones llenas de entusiasmo y beligerancia ante un auditorio de "machos humillados" y los arenga con un:"Respect the cock!". O sea: "¡Un respeto por la polla!", que Cruise clama delante del enfebrecido grupo de hombrones que aplaude y vitorea todas y cada una de sus ocurrencias machistas.
No recuerdo mejor parodia y merecida trivialización del feminismo de revancha, realizada por un procedimiento muy simple: poner en boca de los odiados machistas los argumentos más tontos de las feministas.
El revanchismo "de género" es lo que ahora se airea y se difunde por innumerables medios públicos y privados y que, en un país vergonzantemente árabe y misógino como es España, no sólo bastardiza una cuestión -la relación entre hombres y mujeres- que es de una enorme complejidad, sino que subsidiariamente no ha hecho sino aumentar de forma alarmante la tasa anual de actos de violencia machista al lanzar a las mujeres al choque con machos ignorantes y brutales, hombres que -nunca olvidemos esto- han sido gestados, amamantados, criados y formados por mujeres. Bestias educadas por féminas, bárbaros que, más tarde o más temprano, caerán sobre ellas de forma implacable.
(Pongo "género" deliberadamente entre comillas porque después de leer lo que observa V.O. Quine a propósito del concepto en su Quiddities: An Intermitently Philosophical Dictionary [Cambridge, Mass.; Harvard University Press, 1989] no me atrevo a usar ese término sin las debidas reservas lógicas y de vocabulario).
El revanchismo "de género" (o sea, el resentimiento femenino) es un mal que se extiende imparable por todas partes. En el cine, por ejemplo, hace tiempo que está implantado: ¿qué otra cosa si no explica el éxito de aquella parábola semipublicitaria -como el resto de la filmografía de Ridley Scott- que fue Thelma y Louise?
Pero donde ese carácter resentido es más claro y elocuente es en las letras y en los videoclips de las canciones populares actuales. En este contexto el contraste con los antiguos modelos "de género" es harto evidente. Antaño, ante una ruptura o un desengaño los hombres solían -y aún suelen- llorar el amor fracasado, se emborrachaban para mitigar sus penas, se autocastigaban y se autodenigraban por sus faltas, su estupidez o su deslealtad y cantaban en tono elegiaco por la hembra perdida. Así ocurre en los tangos, en los boleros y las rancheras y en las conmovedoras canciones de Frank Sinatra o Billie Holliday.
Sin embargo, ante circunstancias parecidas, las mujeres actuales, que tan a menudo se identifican con una masculinidad imaginaria, no emulan la melancolía de los hombres sino que se calzan unas botas de caña alta, se atizan un atuendo de perdularia al estilo Madonna o un traje de leopardo y se retratan basureando sin piedad a potenciales amantes o pretendientes. Ni lloran ni piden perdón.
Hay ejemplos significativos en algunos videoclips de la frondosa discografía popular contemporánea: Shania Twain en That don't impress me much, en pose de femme fatale, toda ella leopardo; Shakira, en una canción titulada significativamente La tortura, donde despacha las excusas del golfo Alejandro Sanz con un A otro perro con ese hueso; y en una tonadilla pegadiza de Julieta Venegas: Me voy..., donde la mexicana arroja a su ex enamorado al vacío mientras levanta vuelo en un globo y tararea en tono angelical: "Qué lástima, pero adiós, me despido de ti y me voy...".
¿Tienes problemas con tu hombre? Escupe sobre él, maldice sus muertos, cámbialo ya mismo por otro, acaba con él; y si es preciso, tíralo por la ventana. No te cortes, que estás en tu derecho.
Lo dicho, tres nuevas canciones de esta guisa y la tasa mensual de asesinatos de mujeres acabará por triplicarse.
(¿No será este revanchismo resentido lo que ven venir con temor esos bárbaros islámicos..?).

domingo, 8 de noviembre de 2009

El acordeón


Seré Breve. Muchas veces, mas que faltar palabras, sobran silencios. Mariana Hernández Larguía.

Tres hermanos, un nombre verdadero, el rostro de la madre, un huracán de descubrimientos y sensaciones. Martín acaba de descubrir quién es y de verse reflejado en los pequeños hábitos y los grandes parecidos de una familia que no sabía que existía hasta hace una semana.

Por Alejandra Dandan
Tiene 29 años, el cuerpo huesudo, la barba muy corta. A poco de hablar dice que está nervioso, con los pies fuera de la tierra, que el cuerpo le tiembla como tembló cuando tocó por primera vez un acordeón. Era uno que le habían prestado y todavía no sabía –faltaban muchos años para que supiera– que era el mismo instrumento que tocaba su madre. “Cuando lo toqué lo sentí y me temblaron las manos, no sé si lo probaste alguna vez: me gustó el sonido grave, es como tener un piano en medio del pecho, un instrumento que con cada nota que abrís o que cerrás sentís que tiembla todo.” Hace menos de una semana, desde Abuelas de Plaza de Mayo lo llamaron para contarle su historia. “Recién ahora estoy poniendo los pies sobre la tierra” y de corrido intenta explicarse sin comas, casi sin respiración. “Estoy deslumbrándome, conociéndolos a ellos, conociéndome a mí mismo.”
Son más de las once de la noche. Martín está en una terraza cerca del Congreso y un tumulto de voces se oye de fondo, como un murmullo. Treinta años atrás, exactamente el 2 de noviembre de 1979, los tres hermanos de Martín llegaban a la casa de sus abuelos en el Chaco después de quince días de cautiverio. Un grupo de tareas del Ejército había secuestrado a sus padres, Marcela Molfino y Guillermo Amarilla, el 17 de octubre, apenas volvieron al país en la contraofensiva de Montoneros. A Guillermo lo secuestraron en un bar, durante una cita. A Marcela se la llevaron de la casa de San Antonio de Padua donde estaban viviendo. También se llevaron a los tres chicos, a un hermano de Guillermo y sus dos hijos. Los cinco chicos permanecieron en una casona antigua al cuidado de un grupo de mujeres policía (ver nota aparte). El 2 de noviembre los sacaron de ahí, los subieron a un avión y los depositaron en una provincia que no conocían, al cuidado de una tía. Nadie supo hasta ahora de la existencia de Martín. El cuarto hermano nació ocho meses después del secuestro. Treinta años después, este 2 de noviembre, la historia volvió a poner las cosas en orden: las Abuelas llamaron a los tres hermanos Amarilla-Molfino y a Martín. Horas después, se daban el primer abrazo.
“Me pasó algo muy extraño todo este tiempo”, arranca Martín. “Todo el tiempo me quería mudar a San Antonio de Padua, no sabía por qué. Hasta había hablado con una amiga y ella me preguntaba por qué Padua y yo le decía no sé, me gusta Padua.”
–¿Vivís cerca?
–Vivo a media hora, cuarenta minutos. Pero nunca supe por qué quise ir ahí. Y me encuentro todo el tiempo con cosas así, pequeñas cosas que de a poco voy entendiendo que parecen un detalle insignificante, pequeño, pero no son tan así. ¡Me encontré con un montón de primos que se comen los dedos igual que yo! ¡El mismo tipo de comida! Y es la primera vez que me pasa.
–¿Qué es lo que sucede en estos días?
–Estoy viviendo. Eso. Ya pasaron varios días, tengo la sensación de que pasó mucho tiempo,
los dos primeros días parecieron 54 meses. ¡No parece que hubiese pasado menos de una semana! Recién ahora se me están poniendo los pies en la tierra. Estoy bien, es gente muy linda y creo que esto es un momento muy importante para todos, sentí que estuvieron al lado mío, pero también que todavía hay cosas que no entiendo.
–¿Como qué?
–Los gustos musicales de ellos, todavía no los entiendo.
–A vos te gusta la música.
–Sí, y me gusta toda la musica, pero soy acordeonista.
–¿Cómo fue que empezaste con eso?
–Yo toco la guitarra desde chiquito, pero un día me compré un acordeón. No sé si vos probaste alguna vez un acordeón: a mí siempre me llamó la atención porque me gustó el sonido. Una vez me prestaron uno y lo sentí: me temblaron las manos, es como tener un piano en medio del pecho, un instrumento que con cada nota que abrís o cerrás sentís que tiembla todo, sentís la vibración de la nota, las notas graves, te hacen vibrar. Todavía estoy aprendiendo, te digo, pero es como que entiendo cuando suena.
–¿Cómo se vive el encuentro con tu familia?
–Estoy todavía tratando de traducir lo que siento, ponerle palabras. Me siento muy protegido, muy cuidado, como que me comprendieron desde el primer momento, porque para las dos partes fue un shock. Yo siento que es una historia que recién estoy empezando a conocer y que ellos ya traían. Ahí se abren preguntas y por ahí en esos momentos es el amor lo que aparece en primer plano. Cuando los vi, dije: no me separo más de ellos porque ahora, después de todo lo que pasó y después de que intentaron separarnos... Pero con esto no quiero decir nada sobre la persona que yo considero que es mi madre del corazón. Hacia él sí. Es decir, quizá si yo reconozco un enojo hacia alguien es hacia él, hacia el que me capturó. Realmente conociendo ahora cómo fue la historia, sé que ella me acogió con todo el amor del mundo y ahora que acabo de charlar con ella, recién estoy disfrutando.
El encuentro
Martín nació el 17 de mayo de 1980 en el Hospital Militar de Campo de Mayo, un edificio del Ejército donde daban a luz las mujeres detenidas en los centros clandestinos. Quedó en manos de un agente de Inteligencia militar que murió quince años después. Adolescente, empezó a preguntarse por sus orígenes. Los hermanos que acaba de conocer están convencidos de que Martín no necesitó descubrir ningún papel para saber lo que había pasado. Creen que su madre Marcela se lo dijo mil veces durante el embarazo, que le habló a la panza, que él tiene metida en el cuerpo la voz de ella diciéndole de sus hermanos y quién era.
Martín se dio cuenta de que no era hijo de quienes se suponía que era hijo por distintas cosas, pero una fueron las cuentas: la persona que hacía de su madre tenía más de cincuenta años cuando nació. El buscaba fotos de su embarazo. Dicen que jamás decía a qué se dedicaba su supuesto padre. Que decía que era oficinista. Y que no mostraba las fotos en las que aparecía con el uniforme militar. Apenas entró a su casa por primera vez, la novia imaginó que no era hijo de esa familia. Los hermanos dicen que si ella lo sabía, él también.
Los tres hermanos siguen viviendo en el Chaco. Mauricio tiene 34 años y es alto como Martín. Joaquín, de 32 años, es muy corpulento, e Ignacio, el de 30, es el más parecido a Martín. Los tres viajaron a Buenos Aires el lunes, iban a volver a Chaco el martes, pero hasta anoche todavía estaban acá.
“Al principio, yo no entendía nada de nada”, sigue Martín. “Era como ver una película en la que yo era el espectador de mi vida; con los días hablé con los hermanos de mi papá y con otra gente y eso me sirvió porque me dijeron que me lo tome despacio, porque uno se acelera y
todo parece muy rápido y se da a una velocidad vertiginosa.”
–¿Sabías la historia del país?
–Es shockeante porque parece que el pasado se mezcla con la vida del país. Y yo no sé si tengo un gran conocimiento de la historia, pero sí tengo un conocimiento sobre lo que pasó con los militares y la dictadura y siempre me sensibilizó mucho y eso me llamaba la atención. Veía películas, leía cuestiones de la dictadura. Me sensibilizaban muchísimo, y me decía: ¿por qué yo no? Pero bueno, fue una decisión que costó tomar, pero no podía no tomarla: no podía pasar por esta vida sin saber la verdad o ejercer más bien la verdad. Y ahora sé que por mis padres, también era algo sanguíneo.
–¿Qué te dijeron de ellos?
–Que eran luchadores y la lucha, bajo las banderas que sean, siempre es por empujar una verdad y a lo mejor viene por ahí la mano. Y desde el amor. Y bueno, yo digo que es todo eso junto.
–¿Es cierto que te alertó tu partida de nacimiento?
–La partida de nacimiento no fue lo que me llamó la atención porque en el documento es donde figura como que soy nacido en Campo de Mayo. Pero no fue eso, en sí. Sino que fueron impresiones, marcas pequeñas. La historia del país en realidad, en un lugar y en una época donde le sucedió esto a mucha gente. Mucha gente que no lo sabe. La edad de mis padres a la edad de tenerme, la profesión de él. Y fotos que no veía...
–Vos fuiste a Abuelas..
–Yo fui a hacerme los estudios a la Conadi porque sospechaba. Todo los datos cerraban y al poco tiempo me dieron turno para la extracción de sangre, y cuando meses más tarde me dijeron que no, para mí era “no”. Porque uno en realidad lo que espera es que “no”. ¡Que no sea así! Uno se dice esas cosas. Pero bueno si era así, también estaba bien porque era la verdad. Y yo fui a buscar la verdad. Dos años después me llamaron, no sé si dos años porque mucha conciencia del tiempo uno no tiene, pero me llamaron. Fue el viernes pasado, y me dijeron que tenía una entrevista el lunes... Yo me quedé mudo. Fue un llamado que me sorprendió. Porque para mí era un caso cerrado: imaginate, había pasado un tiempo, ahora me enteré de que eran dos años, a mí me parecían menos, pero era tiempo.
–¿Qué pensaste?
–Cuando me llamaron al principio me quedé mudo y no me animé a preguntar para qué. Para más información, me dijeron. Y entonces yo busqué unas fotos que tenía, llevé más información. Y cuando llegué me atendió Claudia, la hija de Estela de Carlotto, y tuve una sensación que se intuye, que el cuerpo habla por sí mismo. Y yo lo vi en el cuerpo de ella. En ese momento me contó la historia, cómo fue y que estaba mi familia en Abuelas, esperándome. Y la verdad es que me sentí protegido porque en esos momentos necesitás contención, porque tenía miedo.
–¿Miedo?
–Sí, es una sensación animal, como la de los animales cuando sienten miedo viste que salen corriendo, eso. Pero... por suerte no salí corriendo. Me crucé con otros hijos con la misma experiencia en ese momento que te dicen dos o tres palabras y vos ves que te están entendiendo, todo es raro. Las Abuelas están cerca y de pronto vos que las veías allá lejos, no sé, las ves como de tu familia, te dicen: “Vestite bien que estás desprolijo”.
–¿Qué te pasó cuando entraron?
–Claudia me llevó con un taxi para Abuelas, yo no entendía nada, era algo muy raro. Hasta ese momento era un lunes común, un lunes más de mi vida y de golpe me estaban diciendo: “Tenés tres hermanos que te están esperando”. Guauuuu, dije yo. Claudia se reía. Y yo no puedo decir qué pasaba porque siento sensaciones amorfas y cuando llegamos la vi a Estela de Carlotto en la puerta, me miraba y de golpe me estaba esperando a mí y yo me pellizcaba. Me preguntaba si lo que estaba viviendo no era un accidente, si no estaba teniendo un sueño en terapia intensiva, pensé si no estaba Woody Allen dando vueltas o haciendo una película por ahí cerca. Y bueno la vi a Estela. Le di una abrazo gigante y di abrazos y abrazos, que nunca di tantos abrazos en toda mi vida.
–¿Tus hermanos?
–Cuando abrí la puerta eran 54 mil personas que vinieron y encima me dijeron: “Y eso que es el diez por ciento”. Pero en el momento te quedás sin aire y cada persona que se me acercaba y me decía “yo soy tal” y “soy amigo de tu padre”. Y te empiezan a hablar, se te empiezan a mezclar todos los nombres, y de pronto vi a otro hijo o alguien de Abuelas que me dice: quedate tranquilo, porque uno no sabe quién es quién y mi memoria es patética para los nombres.
–¿Con los nombres de tus hermanos pasó lo mismo?
–Con mis hermanos me costó acordarme los nombres... Pero no importa los nombres, no importa nada, es ese abrazo que nace del pecho. No hay manera, no hay nada. Ahí vi realmente, vi gente muy buena. Tengo la sensación de que es muy buena, no los conozco y es extrañísimo eso, porque son mi familia y no los conozco. ¿Por qué tengo que pasar por todo esto? Y eso me dio una mezcla de emoción, de bronca, de desorientación, de no entender nada. De interrogación, de signos por todos lados. Pasaron los días y seguía en el aire. No podía dormir la primera noche, la segunda fue como un infiernito. Mi novia fue fundamental, y creo que si no estaba con ella, sobre todo los primeros días, es como que me iba del suelo.
–Era parte de lo poco conocido....
–Las impresiones con mis hermanos son muy extrañas. Me pasaba con el más chico, lo miraba, me quedaba mirándolo, porque nunca vi una persona tan parecida a mí, porque hasta me parecía divertido y se los comentaba. Y mi novia me decía ¡hasta tienen los mismos dientes! Y se reía. Me contaban cosas y por momentos no escuchás nada, y me doy cuenta de que es como que las tengo olvidadas, por eso te decía lo de estar en una película. En medio de todo. Uno de ellos dijo que no hacía falta el ADN porque reconoció, no bien me vio, las orejas. Y eso fue muy gracioso después de tantas lágrimas y de tanto no entender nada.
Lo primero que hizo Martín ante su familia real fue pedir una foto de la madre. “No sé por qué –dice– pero la que me intrigaba era ella, quería saber qué pasó con ella, cómo era, y bueno, de a poco me estoy enterando y entiendo. No me lo imaginaba, sabía que iba ser una historia así,
pero saber cómo era son cuestiones que tienen que ver con preguntas que se hace uno, es tan fuerte, pensar que después de todo lo que habrá vivido pude salir de ahí adentro, me tuvo y se dio todo de una manera tan especial.”
–¿Supiste algo de ella?
–La familia me protege mucho y no me llena de información y eso está bueno. Y ahora estoy queriendo saber los pequeños detalles. Pero mi familia es como que no quiere invadirme, yo me siento aturdido a veces, te cuentan algunas cosas, pero se te empieza a mezclar todo, y yo necesito mis espacios de soledades. Todo esto no lo tomo con la idea de recuperar algo, sino de empezar algo. Porque yo lo tomo como que ganamos gracias a todos, a la gente que estuvo allí al lado mío, a mi novia, a mis amigos que mañana (por ayer sábado) van a conocer a mis hermanos.
–Dicen que tus hermanos son raros porque son muy unidos.
–Son muy unidos, y también eso fue raro. Si yo hubiese entrado a una familia donde había quilombos a lo mejor no hubiese sido tan fácil, pero los miro y me pone contento. Pero quiero
ser también cuidadoso con eso porque es como que ahora te cuentan cosas de ellos, cosas que pasaron juntos, en las que uno no estuvo ahí, me digo: ¡la pucha, pero no estuve! Pude haber estado, y dado una manito. Y eso: te van cayendo las fichas muy de a poco. Pero es lindo, no lo estoy viviendo como algo triste, no. Es lindo tener todo eso, lo feo es estar con los ojos enceguecidos toda la vída, es lindo saber la verdad y convivir con ella y con ellos.
Cuando habla es como que todo el tiempo busca palabras. “Faltan palabras”, dice. “Y estos son los momentos en los que a uno le gustaría ser poeta ahora y empezar a musiquear.”

domingo, 1 de noviembre de 2009

Dios nos libre y nos guarde



La verdad es que leí de cabo a rabo este reportaje de Jesús Rodríguez aparecido en el diario El País de Madrid del primero de noviembre de el año en curso y me llamó la atención el poder de convocatoria de esta monja de aspecto mediático y hasta joligudense diría yo si me apuran. La cuestión es que la susodicha ha colmado el monasterio no termino de entender si de novicias rebeldes o de pichones de fachistas y por lo tanto propongo que me aclaren si esto se trata de un rebrote del catolicismo o de un fortalecimiento ultraderechista que acabará apoyando gobiernos neofascistas. En todo caso que dios nos libre y nos guarde incluso a los agnósticos. Amén. Mariana Hernández Larguía

Es el secreto mejor guardado de la Iglesia. Una comunidad de 134 monjas de clausura, jóvenes, con carrera y conservadoras. La obra de sor Verónica en Lerma. Entramos en el convento del que todos hablan y muy pocos conocen.
El 22 de enero de 1984, Marijose Berzosa abandonó el mundo. Tenía 18 años. Dejaba atrás la carrera de Medicina; los novios de quita y pon y las discotecas ochenteras envueltas en volutas de porro; el baloncesto, la guitarra y el teatro. Aquel domingo cruzó sin pestañear el gélido zaguán del número 6 de la plaza de Santa Clara, en el corazón de Lerma, una villa burgalesa de 2.500 habitantes, para convertirse en sor Verónica. Ingresaba en el convento de clausura de la Ascensión, que había albergado tras sus barrotes a monjas clarisas desde 1604. Sería su hogar y su tumba. Una apuesta para la eternidad. Pocos confiaban en su vocación. "Nadie me entendió. Hubo apuestas de que no iba a durar nada. Pero ellos no sentían la fuerza del huracán que me arrastraba", confesaría más tarde.
Era casi una niña. Bastante guapa, como ella misma se describe. Famosa en Aranda de Duero por sus bellos ojos verdes. Alegre y abierta. De clase media. Educada en un colegio de religiosas. Su padre poseía una zapatería y en su familia había una antigua afición por la música y la poesía. Marijose era la menor de cinco hermanos. Todos hombres y universitarios. Uno sacerdote. Hoy obispo auxiliar de Oviedo. Su espejo y guía. Brillante y mandona. Ni beata ni ñoña. Con una relación intermitente con la Iglesia; voluble y eterna insatisfecha: la clásica adolescente en busca de una salida. La encontró aquel lejano 1984. Tomó la decisión en apenas quince días.
Sencillez, humildad y pobreza. Vida contemplativa. Ora et labora. Marijose aterrizaba en un convento habitado por una veintena de monjas donde la más joven había cumplido los 40 y en el que hacía 23 años no entraba una novicia. No lo tuvo fácil. Le aguardaban un basto hábito pardo ceñido por el cordón blanco de los franciscanos (la familia religiosa de la que nacieron las clarisas) y sandalias en invierno y verano; el pelo casi al cero, como ella relata; una fría celda, rezos desde la madrugada, penitencia, silencio, ayuno y trabajo en el obrador y el huerto. Aislada del mundo por muros y rejas. El tiempo se había detenido cuatro siglos antes en el monasterio de Lerma. Verónica ha contemplado durante todos estos años día tras día desde su celda el mismo paisaje de la vega del Arlanza. Aún le emociona. "Aquí me siento libre".
Su guía en aquellos primeros pasos, sor Pureza de María Lubián, de 70 años, hoy abadesa del convento de Belorado (Burgos), la recuerda: "Era una chiquilla encantadora. Muy noble y muy buena. Tenía 18 años y un porvenir. Todo lo abandonó. Siguió la llamada de Dios. Tenía una personalidad muy rica. Siempre fue líder. Y, espiritualmente, con una gran vocación. Tuvo luchas y dificultades. Hizo un gran esfuerzo. Pero actuó la gracia del Espíritu. Y ella se dejó hacer".
El Espíritu hizo bien su trabajo. Sor Verónica se ha convertido en el mayor fenómeno de la Iglesia desde Teresa de Calcuta. Sus admiradores la definen como "una santa en la Tierra". Y a su obra, "como un milagro". Apoyada por el Vaticano, mimada por los monseñores, financiada por los poderosos y jaleada por los movimientos neoconservadores, ha hecho de aquel vetusto convento de Lerma un atractivo banderín de enganche para vocaciones femeninas que cuenta con 135 monjas con carrera y una media de edad de 35 años y un centenar más en lista de espera. Y ya ha abierto una sucursal en la localidad de La Aguilera, a 40 kilómetros de Lerma, en un enorme monasterio cedido por sus hermanos franciscanos. Un boom insospechado de vocaciones cuando los jesuitas tienen apenas 20 novicios en toda España; los franciscanos, cinco, y los paúles, dos. En un momento en que se importan monjas sin papeles de la India, Kenia o Paraguay para evitar el cierre de conventos habitados por ancianitas, y que la mayoría de nuestros sacerdotes superan los 60 años.
Por el contrario, su bucólica comunidad está repleta. Acoge cada fin de semana a centenares de jóvenes peregrinos en autobuses fletados por parroquias y colegios religiosos, escoltados por curillas de alzacuellos y bocadillo y familias numerosas que anhelan compartir la alegría de estas monjas que rezan, cantan y bailan sin dejar de sonreír un instante. Sus puertas siempre están abiertas para los buenos cristianos. Especialmente si son seminaristas, kikos o llegan de la mano de grupos de apostolado juvenil. La Aguilera es parada obligatoria para todos ellos.
Sor Verónica los recibe con un estilo personal en el que se mezclan los ritos más conservadores de la Iglesia con la atractiva mística de las órdenes de clausura y una puesta en escena musical y testimonial alegre y algo infantil, surgida de su brillante mente de coreógrafa. Micrófono en mano, Verónica domina. Parece tímida; no lo es. Surge de un rincón del auditorio bajo una bella luz cenital. Casi camuflada entre las gradas donde se agolpan un centenar de monjas frente a un público incondicional. Levantan los brazos al cielo mientras entonan un intenso canto de amor a Cristo con bongos y guitarras. Sor Verónica acaricia el pelo de sus hermanas. Abraza a los niños. Es sencilla y convincente. Entrañable, profunda y directa. Hace reír y se ríe. Tiene una voz firme y suave. Capacidad de convicción. Cree en lo que dice. Es una mujer de Cristo. Está enamorada de él, repite. Es una buena predicadora. Y también una enérgica directora musical. Como demostrará durante la eucaristía al frente del coro. Aquí, en la capilla, ya no hay sonrisas. Las hermanas rezan plegadas en el suelo como los fieles musulmanes hasta fundirse como manchas negras en el pavimento gris.
Las hijas de sor Verónica son diametralmente opuestas a las monjas de otros conventos de clausura. No son crías incultas provenientes del entorno rural en busca de subsistencia. La mayoría ha tenido pareja y empleo. No son monjitas de escasa teología, pastas y agua de limón, invisibles y entrañables tras el torno.
Las hijas de sor Verónica han sido educadas en la Iglesia de resistencia de Juan Pablo II. Son militantes. Muchas pertenecen a grupos neoconservadores: Camino Neocatecumenal (Kikos), Comunión y Liberación, Opus Dei, Renovación Carismática, Lumen Dei, Legionarios de Cristo, Schonstatt. Son urbanas y con estudios. Ninguna es inmigrante. Hay cinco hermanas de la misma familia; 11 parejas de hermanas de sangre y unas gemelas. Abunda la clase media. Y los títulos universitarios. Esta comunidad ofrece un completo catálogo de abogadas, economistas, físicas y químicas; ingenieras de caminos, industriales, agrícolas y aeronáuticas; arquitectas, médicas, farmacéuticas, biólogas y fisioterapeutas; bibliotecarias, filólogas, pedagogas y fotógrafas. Un religioso que conoce la comunidad la define como "una olla de grillos intelectual difícil de gobernar". Otro viejo sacerdote burgalés tiene sus dudas sobre la uniformidad del proyecto, dada la disparidad de los movimientos neocon que lo nutren: "Casi todas las que entran tienen que ver con las nuevas realidades de la Iglesia. Cada una tiene su propia forma de ser, de orar, de cultivar la piedad. Están encarriladas en las prácticas de esos movimientos y tienen que hacer un esfuerzo añadido para desprenderse de sus espiritualidades de origen y confluir en la regla de Santa Clara. Unificar ese revoltijo es complicado, y mucho más siendo tantas". Una monja de la comunidad confirma que denominan a la veintena de compañeras procedentes de los kikos: "Las hermanas del camino: ellas ya tienen mucho avanzado".
Lerma es un fenómeno que poco tiene que ver con la clausura tradicional. En la Iglesia, algunos ya piensan que este movimiento concluirá con una refundación de las clarisas, una escisión dentro de esa congregación o, incluso, la creación de una nueva orden. Un sacerdote del entorno de la abadesa explica: "Cuando Marijose entró en el convento tenía ideas propias. No era una tontita. Tenía su interpretación de la vida religiosa contemplativa. Pensaba que la clausura no tenía por qué ser algo intocable y excluyente. Quería contarlo y ser un ejemplo". Para un monseñor anónimo (como todas las fuentes de este reportaje que intentan escapar del "poder en toda su desnudez del cardenal Rouco"), "Lerma y La Aguilera suponen una renovación del carisma de las clarisas. Las monjas de Lerma no renuncian a la clausura, pero quieren que sea conocida y valorada por los cristianos. Quieren crear un auténtico centro de espiritualidad". Para el superior madrileño de una orden, "las monjas de clausura que no se renueven van a fenecer. Deben ser un ejemplo de experiencia espiritual para la gente de hoy. Para esos chicos que se van a la India para meditar y encontrar un sentido a la vida". Una hermana de la comunidad define su clausura en esa línea: "Ésta es una casa abierta a los que llaman a nuestra puerta. Queremos compartir nuestra fe, dar a conocer lo que nos está pasando. Y si ven a Jesús en nosotras, adelante. España está tan pagana que hace falta que compartamos nuestra fe, no que la vivamos a solas. Es el momento de actuar".
En la Iglesia nadie entiende nada de nada. Lerma ha roto sus esquemas. Para empezar, es un movimiento protagonizado por mujeres, las convidadas de piedra durante siglos de la Iglesia católica. Siempre apartadas de los centros de decisión, la teología y el sacerdocio, aunque sean cuatro veces más numerosas que los religiosos y estén siempre en vanguardia. Además, muy pocos han entrado en la comunidad de sor Verónica. Es de clausura. Y goza de absoluta independencia. Por encima, sólo el Papa, a través del cardenal Franc Rodé, prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada. Más allá, ninguna autoridad eclesiástica controla lo que ocurre dentro de Lerma y La Aguilera. Ni su capellán, ni el delegado diocesano, ni el obispo de Burgos, ni el superior de la provincia franciscana de Aranzazu, ni el superior general de esa orden, ni el mismísimo presidente de la Conferencia Episcopal. Sólo el Papa. Y está en Roma. Y las observa con extremo cariño. Este año las envió su predicador de cabecera, el capuchino Raniero Cantalamessa, para que dirigiera sus ejercicios espirituales. Todo un privilegio. Para un religioso, "ahí tiene la mejor muestra de que el proyecto de Lerma tiene todas las bendiciones de Roma". "Y que Verónica tiene mucho poder. Ojo con ella", añade presto otro.
Todos los eclesiásticos consultados para este reportaje alaban la explosión vocacional de esta comunidad: "Es una obra de Dios". A continuación desconfían: "Tiene los pies de barro; la mitad de las monjas no han hecho aún sus votos perpetuos; tienen que pasar muchos años hasta que se vea si es algo firme o se queda en un bluff". "Esas monjas están manejando formas antiguas que parecen dar resultados a corto plazo, que atraen a gente que busca una religiosidad radical, pero que a la larga está por ver su recorrido", dice otro. Algunos critican su aislamiento; su lejanía de las personas que sufren. De los pobres, los enfermos y los inmigrantes. Lo que los religiosos llaman "estar en la frontera". Otros ven gato encerrado. "¿Quién está detrás de todo esto?". "¿Quién lo financia?". ¿Cuál es el secreto de Lerma? Nadie parece saberlo.
Incluso las clarisas de otras comunidades españolas recelan. Para una abadesa, "es algo raro. Un fenómeno nuevo. ¿Por qué unas tanto y otras tan poco? No lo entendemos. Pero el Espíritu lo ha buscado y sus razones habrá tenido�".
Sor Verónica tampoco hace nada por explicarlo. Grandes carteles en el monasterio de La Aguilera advierten de que no se puede fotografiar ni filmar a las monjas. Una advertencia que repite con voz potente y mirada inquisitorial la más fornida de las hermanas a los dos periodistas que visitan su comunidad: "¡No queremos nada con los medios de comunicación!". Unos minutos más tarde, cuando por fin preguntamos a sor Verónica sobre las razones de su éxito, mira a los ojos con los suyos verdes nublados por las lágrimas; inclina la cabeza con humildad y coge tu mano entre las suyas descarnadas. "No sabéis lo que os queremos y la ternura que me producís, pero esto se ha hecho muy grande, estamos creando algo� tenemos 60 o 70 hermanas en formación y no es el momento de hablar, antes tiene que madurar. Estamos haciendo algo grande por amor a Cristo y necesitamos tiempo. Pero aun así os queremos". Y desaparece arrastrando su hábito, del que pende un sufrido rosario de madera.
Y aparece sor Blanca. Que interpreta el papel de poli malo. Y nos pone de patas en la calle: "El Grupo PRISA; sí, todo el Grupo, no sólo EL PAÍS, hace un daño enorme a la Iglesia. Ustedes la atacan y ridiculizan y yo lo leo todo. Y como la Iglesia es mi madre, no tenemos nada más que hablar".
En la génesis del "milagro de Lerma" hay una personalidad espiritual que ha atraído con su carisma a un centenar de jóvenes: sor Verónica. Pero no conviene olvidar a una gran actriz secundaria; ejecutiva, correosa y obstinada; sin atractivo, pero con arrestos; capaz de enfrentarse a banqueros, monseñores, arquitectos y abogados, y que nunca claudica: sor Blanca Mateo.
Frisando los 70 años, nacida en una aldea burgalesa de La Bureba, abadesa desde finales de los noventa, admiradora del Opus Dei, sor Blanca controla todo lo que ocurre en los conventos de Lerma y La Aguilera, aunque cediera formalmente el mes de marzo pasado el puesto de superiora a sor Verónica, que obtuvo la abrumadora mayoría absoluta de votos de sus hermanas en la primera vuelta. Dentro de tres años se volverá a presentar al escrutinio electoral mediante voto secreto en urna. A continuación, las papeletas serán quemadas para que ninguna hermana sepa lo que ha votado la de al lado y evitar suspicacias.
Las dos hermanas han hecho juntas un largo y duro camino. Cuando Marijose llegó a Lerma, en 1984, el convento contaba con 23 monjas y un futuro sombrío. En 1994, con sólo 28 años, fue nombrada maestra de novicias, un puesto clave en la comunidad cuya misión es, según describe un jesuita que ha ocupado ese cargo en su orden, "configurar el disco duro del novicio al sistema operativo de la comunidad". Bajo la hábil dirección espiritual de Verónica, ingresarían hasta finales de esa década 27 hermanas más. Lo nunca visto: ya eran 50. No había hecho más que empezar. Comenzaba a funcionar el boca a boca en los ambientes parroquiales conservadores. En 2002 eran 72; en 2004, 92; en 2005, 105. Y 134 a finales del pasado mes de septiembre. Todas encerradas en un convento del siglo XVI proyectado para albergar 32 monjas.
El tsunami vocacional pilló a Verónica y a Blanca en mantillas. Fue inesperado. Pero no estaban dispuestas a renunciar ni a una sola postulante. Aún menos, a desviarlas hacia otros conventos de clarisas, aunque estuvieran al borde de la liquidación (hay nueve en la provincia de Burgos y un centenar en toda España). Habilitaron distintas zonas del convento, incluso la capilla y el coro, para albergar en precario a las peticionarias. Instalaron 13 miniceldas en la sacristía con paneles prefabricados; pronto quedaron saturadas. Más tarde alquilaron inmuebles contiguos al convento para dar cobijo a las aspirantes. Cada atardecer, los vecinos de Lerma asistían al desfile de jóvenes cabizbajas y ataviadas con una especie de uniforme de hospicio de preguerra desde el monasterio hasta sus pisos de acogida.
A comienzos de 2000, el convento de Lerma reventaba por sus costuras. Mientras Verónica se dedicaba a entrenar a las candidatas, Blanca comenzó a mover sus hilos. A sondear las posibilidades de conseguir un espacio más grande. Y entonces Antonio María Rouco Varela, príncipe de la Iglesia, arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal, entró en escena.
"Muchos obispos estarían encantados de colgarse la medalla ante el Vaticano de contar en su diócesis con el convento con más vocaciones de Europa. Y Rouco, que controla todo lo que pasa en la Iglesia española, no fue una excepción", explica un religioso. "Fue de los primeros en cortejarlas. Comenzó a visitarlas con frecuencia y diseñó un plan de estudios que les sería impartido por profesores de la Facultad de Teología de San Dámaso (la más reaccionaria y dirigida por su sobrino, Alfonso Carrasco Rouco) para formarlas de acuerdo a su concepción de la Iglesia. Y ordenó a las parroquias de su archidiócesis que orientasen las vocaciones femeninas en dirección a Lerma. Algo similar hizo la reaccionaria diócesis de Getafe, que domina el sur de Madrid. Rouco llegó a comisionar a su mano derecha, el más brillante de sus monseñores, el ya fallecido Eugenio Romero Pose, para que oficiara de pastor de las hermanas. Lo haría hasta su muerte en 2007.
Y por fin, en 2002, Rouco lanzaba su envite: ofrecía a las monjas de Lerma unos terrenos a las afueras de Madrid, en la carretera de Colmenar Viejo a Guadalix de la Sierra, para que construyeran un nuevo convento. Del proyecto se encargaría el arquitecto-estrella Santiago Calatrava. Llegó a esbozarlo. "Estaba muy ilusionado", confirman en su estudio. El único problema es que los terrenos ofrecidos eran rústicos y había que recalificarlos, una misión complicada, dado el carácter ecológico del paraje y la poca predisposición de los ediles de Colmenar. Además, el fastuoso y poco funcional proyecto de Calatrava, cuyo coste de realización se estimaba en 12 millones de euros, se escapaba al magro presupuesto de las monjas. Y lo que es más importante: Verónica no estaba dispuesta a abandonar la provincia de Burgos. No quería perder el efecto Lerma. El proyecto cayó por su peso. Y Rouco se llevó un disgusto. Se le habían escapado las clarisas.
Durante los dos años siguientes, las monjas continuaron su búsqueda en torno al territorio de sor Verónica. En 2004, durante una conversación de sor Blanca con los superiores de sus hermanos franciscanos, tras relatarles sus apreturas, éstos le ofrecieron una suma de dinero. Blanca rebatió: "¡No me deis limosna; dadme el monasterio de La Aguilera!" La abadesa se refería a un viejo y olvidado noviciado de los franciscanos a 10 kilómetros de Aranda, contiguo al santuario y a la tumba de San Pedro Regalado. En el destartalado monasterio malvivían cuatro ancianos frailes. La dirección de los franciscanos se hizo de rogar y unos meses más tarde cedió por 30 años el uso del monasterio a las clarisas de Lerma mediante un contrato de comodato. Verónica y Blanca lo habían conseguido. Su sueño se comenzaba a cumplir.
El nuevo monasterio ha supuesto un paso de gigante en su ambición. Aquí están materializando su forma de entender la Iglesia. Todo es moderno, limpio, diáfano y bien iluminado. La energía se obtiene con paneles solares. El torno ha dejado paso a las cámaras de seguridad. Las rejas han desaparecido: "Como estamos en obras, es imposible ponerlas; cuando acabemos� ya veremos qué hacemos", aclara la abadesa.
San Pedro Regalado está aún coronado por tres grandes grúas. La finca es un hervidero de obreros. Al caer la tarde, las novicias corretean por la huerta ataviadas con batas grises y tocas blancas mientras juegan al fútbol, al baloncesto o al escondite por prescripción facultativa de sor Verónica.
Pero en 2005, cuando Verónica y Blanca cruzaron el umbral de La Aguilera se dieron de bruces con un destartalado caserón con escaso interés arquitectónico, sucio, sin calefacción y rodeado por una finca baldía. No había baños ni agua caliente. La iglesia estaba horadada por termitas, y las cubiertas, a punto de ceder. El presupuesto para habitarlo era de tres millones. ¿De dónde sacarlos? Dios aprieta, pero no ahoga. Sor Blanca llamó a uno de sus benefactores.
Luis Alberto Salazar-Simpson, de 66 años, abogado, empresario, consejero del Banco Santander y emparentado con Rodrigo Rato, recuerda cómo conoció a las clarisas de Lerma: "Fue a finales de los setenta, yo era gobernador de Vizcaya y un día me llamaron y me dijeron que no tenían ni para comer y empecé a ayudarlas. Me gusta la vida contemplativa. Hacen un producto del que nadie se acuerda: rezan por los demás. Pedí dinero a mis amigos y les echamos una mano, y en unos años se produjo la explosión de vocaciones. Entraron 100 en 12 años y no cabían; ni siquiera podían atender a las hermanas ancianas. Surgió lo de los terrenos de Colmenar, que era una locura, y luego lo de La Aguilera. Me gustó. Y nos pusimos manos a la obra".
Con los tres millones de euros de la indemnización que obtuvo tras su cese como presidente de la operadora telefónica Amena, que fue comprada el 27 de julio de 2005 por France Telecom, Salazar-Simpson constituyó en esa fecha una fundación a la que bautizó Ora et Educa, cuyo objetivo sería "contribuir a los fines de las reverendas madres clarisas y a la rehabilitación para su alojamiento del convento de San Pedro Regalado en La Aguilera, Burgos".
El primer proyecto de reconstrucción del monasterio estaba presupuestado exactamente en los tres millones de euros de "don Luis Alberto". Las obras comenzaron en 2006. Se derribó el interior del convento. Se repararon las cubiertas. Se cubrió un viejo claustro y en la planta baja se crearon cocinas, una zona industrial para fabricar dulces, aulas y despachos. La bella iluminación fue sufragada por Endesa. En las dos plantas superiores se construyeron 100 celdas de 10 metros cuadrados, con cama, mesa y reclinatorio; cada una con su ventana y un baño para cada dos hermanas. Pronto se convirtieron en las obras de nunca acabar. Las hermanas querían más. "Ya sabe cómo son las mujeres cuando se meten en obras", bromea un benefactor. El primer presupuesto de tres millones de euros se iría deslizando hacia los cuatro, y después, a los cinco millones. El cuarto saldría de los ahorros de las monjas, y el último, de una fundación del Banco Popular.
Tres años y medio después, la huerta se encuentra aún empantanada entre ladrillos, andamios y hormigoneras. De la mano del Banco Popular (ligado históricamente al Opus Dei), de uno de sus arquitectos, "especializado en diseño eclesiástico", y su generosa financiación, las clarisas han acometido además la construcción de un locutorio con capacidad para 400 personas, una hospedería, aseos para los visitantes, una sofisticada zona de bienvenida e, incluso, una nueva iglesia. El presupuesto de la segunda fase se elevaría, según fuentes del proyecto, a otros cinco millones de euros.
Por fin, el pasado 8 de junio, un centenar de hermanas inauguraban el convento. Una treintena más permanece en Lerma. Irán rotando. Se trata de que la comunidad no pierda un ápice del estilo acuñado por Verónica. Según su definición, "es una sola comunidad con dos sedes y una sola abadesa". Ella. Un hecho inédito en la Iglesia que les ha concedido su jefe, el cardenal Franc Rodé, prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada, el ministerio vaticano que ordena la vida de los religiosos. Rodé, que tiene autoridad sobre 3.600 conventos de clausura en el mundo, conoce el "milagro de Lerma". Visitó a las monjas en abril de 2006, las sondeó una por una en su perfecto español y se quedó impresionado con su alegría, espiritualidad y formación intelectual. Ellas le brindaron su repertorio; le regalaron discos y pasteles. Y se lo metieron en el bolsillo. Mientras se alejaba de Lerma degustando las trufas de chocolate de las clarisas, el cardenal se confesó impresionado con ese florecimiento de vocaciones. Y tomó nota.
Tres años después, un monseñor del ministerio vaticano explica con su lenguaje alambicado esa anómala decisión de que una abadesa gobierne dos conventos: "Dada la situación particular de esta comunidad, el elevado número de religiosas, muchas con una edad elevada que necesitan ser atendidas por hermanas enfermeras; de 60 jóvenes en formación y de muchas formadoras, la abadesa y el capítulo del monasterio solicitaron a la Santa Sede un permiso para que una misma comunidad pudiera vivir en dos casas diferentes, pero con un único gobierno, un solo noviciado y una misma economía. Pretenden mantener el mismo espíritu y ambiente monástico que han tenido hasta ahora. Ante ese número tan gigantesco de religiosas hemos tenido que adoptar medidas excepcionales, que en este caso son por abundancia de vida. Seguramente esta situación particular será por un tiempo limitado. Y si el número de vocaciones sigue creciendo (¡ojalá sea así!), tendremos que tomar otras medidas".
La Aguilera se ha convertido en una sociedad perfecta que es observada con tensa atención por toda la Iglesia. Sin embargo, el futuro de Verónica y de sus hermanas, de las elegidas, está por ver. Es imposible saber la cifra de deserciones. Sus compañeras clarisas de otros conventos las acusan de opacidad y secretismo. No es su principal reproche. Critican el desapego que muestran hacia ellas, su aislamiento de los franciscanos, su autosuficiencia y que se hayan negado a prestar hermanas a otras comunidades en vías de desaparición. Aportan el ejemplo del convento de Briviesca, en la misma provincia de Burgos, que se negaron a reflotar con sangre nueva. Optaron por acoger a las últimas ocho ancianas clarisas que lo habitaban y, a cambio, obtuvieron la propiedad del monasterio, por el que un intermediario pedía hace un año seis millones de euros "para construir un complejo hotelero". Ante esa insinuación de insolidaridad, sor Verónica salta como una pantera: "Por el momento no estamos yendo a otros conventos porque ésta es una familia que se está formando y tiene que estar junta hasta su mayoría de edad. Algún día, quizá".
Y se desvanece, mística y apasionada; fuerte de carácter y frágil de salud, con los hombros ligeramente caídos. Como si soportara sobre ellos el peso de sus 134 hermanas. Dicen que se alimenta de café. Y que está sobrepasada. Ni ella misma conoce el secreto de Lerma. Pero sigue adelante. Un monseñor lo describe muy eclesiásticamente: "Demasiada gente cuelga del hábito de Verónica. Veremos".