domingo, 3 de mayo de 2009

La pérdida de la hipocresía


Una nota a la ganadora del reciente premio Clarín de novela con su libro "Perder", Raquel Robles, donde tilda de hipócrita a la ley de minoridad (también un link donde podemos ver un reportaje a dicha autora) y un texto de Roberto Gargarella que me envió mi amiga Lilian Echegoy, donde se explica cómo se exige mayor violencia de estado en nombre de lo que erróneamente se considera voluntad mayoritaria y democrática, es decir, otra hipocresía mas. Hipocresía, mucha hipocresía. Una la leí en el diario Clarín de Buenos Aires, la otra, como he dicho, la recibí en mi correo electrónico. Mariana Hernández Larguía

http://www.clarin.com/shared/v8.1/swf/fullscreen_video.html?archivo=http://contenidos2.clarin.com/2009/05/02/raquel.flv

Raquel Robles: "A nuestros niños les falta infancia"

La autora de "Perder", ganadora del premio Clarín de Novela, tilda de hipócrita la discusión por la Ley de Minoridad. "Tratarlos a los chicos como adultos sólo traerá problemas" dice la escritora, quien también dirige un instituto de menores en esta ciudad.

Por: Horacio Bilbao.
En su libro Perder, Raquel Robles cuenta la historia de un duelo. El de una madre que perdió a su hijo en un accidente. Sabe bien lo que es perder. Sus padres son desaparecidos de la última dictadura militar. Y usa la literatura para sobrevivir y también para intervenir en la realidad. Es una de las fundadoras de HIJOS, y trabaja con menores. Sin descanso, pasó por la redacción de Ñ en la Feria, donde mantuvo esta breve entrevista.

¿Cómo estás viendo el debate, el revuelo por la nueva Ley de Minoridad?
Se ha vuelto una discusión hipócrita. Suponer que bajar la edad de imputabilidad nos va a dar una solución me parece una tontería total. Es muy peligroso no asumir la posibilidad adulta de educar a esos chicos y pedir penas para ellos, que se vayan a vivir a otro lado o pedir que los maten.
¿Y qué se puede hacer?
Es bueno que el Estado reaccione cuando hay una transgresión a la ley. Tiene que reaccionar. Pero un niño no puede absorber una sanción como un adulto, no la puede subjetivar, no tiene la capacidad evolutiva para hacerla propia.
¿Qué análisis de situación hacés desde tu trabajo con menores?
En el instituto de menores vemos que no hay más chicos delinquiendo que antes. Todo lo contrario, el número se redujo a la mitad que en 2005.
Yendo a tu novela, ¿qué devolución te hacen los lectores?
No he tenido devoluciones literarias, sí desde la experiencia de la gente. Cuando uno escribe un libro tiene la expectativa o la ilusión de meterse en la intimidad del otro. Cuando leemos estamos en presencia de una voz interior.
¿Y qué les dice esa voz interior a los lectores, cuál es el mensaje?
La vida misma te va envolviendo y va haciendo que llegues a la otra orilla, aunque no quieras. Cuando vivimos momentos duros, saber que en algún momento va a pasar, no sirve de mucho. Pero hay que tener esa certeza, la vida siempre se va a colar con otros personajes, con otros afectos. Nos van a querer igual aunque nosotros no queramos a nadie. Y eso es bueno saberlo.

Hoy se exige mayor violencia del Estado en nombre de lo que se considera la voluntad mayoritaria y democrática. Pero tomar en serio lo que quiere "la gente" no debería llevar a dar autoridad a los reclamos de sus repentinos voceros o profetas.

Por: Roberto Gargarella Fuente
El populismo penal es un virus especialmente nocivo que recorre la Argentina de un extremo al otro, recurrentemente, cada vez que algún hecho criminal logra capturar la indignación colectiva. El populismo penal tiene una receta y una respuesta habituales frente al crimen -mayor violencia estatal- pero con una novedad llamativa: reclama dicha violencia en nombre de la voluntad mayoritaria. Se trata, por tanto, de un movimiento que promueve un Estado más duro, en nombre de la democracia: "la gente lo pide" -se nos dice-, o también: "hay un clamor popular que exige terminar con esto."Ocultos detrás de lo que se presenta como el sentir democrático de la sociedad, los defensores del endurecimiento penal consiguen así un doble objetivo. Por un lado, ellos se resguardan frente a las críticas dirigidas contra sus propuestas (como si ellos no fueran quienes exigen mayor violencia estatal, sino sólo los voceros de un reclamo colectivo). Por otro lado, dotan a sus polémicas exigencias de un halo de irreprochabilidad, frente a las voces de sus opositores: nadie se siente cómodo hablando en contra de (lo que se presenta como) las demandas democráticas de la comunidad. Los argumentos que uno podría dar contra las propuestas del populismo penal son numerosos (su reduccionismo, su simplismo, la probada inutilidad e ineficiencia de sus políticas, su moralidad dudosa, su pobre entendimiento de la naturaleza humana, su falta de humanismo), pero no es necesario, a esta altura, poner el foco sobre el contenido de dicho programa. Interesa por el momento algo previo, como lo es cuestionar las pretensiones democráticas del populismo penal -la idea según la cual existe una conexión íntima entre el populismo penal y el "sentir de la gente."Conviene hacer referencia al menos a tres cuestiones. En primer lugar, quienes reivindicamos la idea de un derecho penal más democrático no tenemos que aceptar la idea según la cual quienes están mejor situados para decir qué respuesta corresponde dar, frente a un crimen, son las víctimas o sus allegados. Conviene enfatizar este punto dada la frecuencia con que, después de un crimen, las cámaras de televisión ponen sus focos sobre el dolor de quienes han sido agredidos, mostrándolas como las voces más auténticas -y así, más auténticamente representativas- de la comunidad. Para no dar lugar a confusiones: es muy importante cuidar, proteger, amparar a las víctimas, darles contención, trabajar para reparar las (a veces irreparables) pérdidas que han sufrido. Sin embargo, ese máximo respeto no requiere ni implica convertir a aquellas en lo que no son, es decir en autoridades en materia penal. Más bien lo contrario: es difícil que pueda surgir una norma justa desde la (entendible) indignación que genera el crimen sobre quienes lo sufren desde más cerca. En segundo lugar, a quienes dicen que hay que adoptar penas extremas (como la pena de muerte o la reclusión por tiempo indeterminado) argumentando que eso es lo que reclama -democráticamente- la sociedad, corresponde preguntarles qué es lo que entienden por democracia. Por supuesto, una manifestación en contra (o a favor) de la inseguridad puede ser una legítima expresión popular, pero no es lo mismo conocer las legítimas demandas de un grupo de personas en la calle, que reconocer la voluntad del pueblo o de la mayoría del pueblo.Asimismo, tampoco merece llamarse "voluntad democrática del pueblo" al mero resultado de alguna encuesta (una encuesta puede tener sentido para un empresario interesado en vender más jabones o autos, pero no para definir criterios sobre lo que es justo). La decisión democrática es algo diferente a todo ello -algo que se vincula finalmente con el sufragio, y que exige información plural, discusión e intercambio de ideas entre quienes piensan distinto sobre el tema en disputa.Finalmente, y lo que es más importante. En países como el nuestro, tan marcados por la pobreza, la desigualdad y la permanente injusticia social, existen millones de voces que se encuentran marginadas de la comunidad y que son, no casualmente, las que más directamente sufren la violencia estatal. Por ello, resulta simplista e irrespetuoso sugerir que el sufriente testimonio de un puñado de personas, en la radio o frente a las cámaras de televisión, sintetiza los reclamos de las millones de voces silenciadas que existen en el país. Uno de los principales dramas de la Argentina contemporánea tiene que ver, justamente, con la negación de la palabra a secciones enteras de la comunidad. Tomar en serio lo que quiere "la gente," en materia penal por ejemplo, debiera llevarnos a recuperar -con urgencia- las voces no escuchadas y silenciadas, antes que a dar autoridad a los reclamos de sus repentinos voceros o profetas.

5 comentarios:

el Tomi dijo...

Sería bueno que llegara un tiempo donde se perdieran todas las hipocresías. Sería bueno e incluso podríamos seguir jugando al truco, porque si bien es cierto que en el truco se necesita ser un poco hipócrita, también es cierto que es un juego. El tema es cuando la hipocresía es utilizada en lugares que no son un juego, como por ejemplo, la vida.
Un beso, genia mía.

Mariana Hernández dijo...

Si que si, a veces, abría que mostrar todas las cartas, ponerlas sobre la mesa y una vez develas, jugarse hasta los tuétanos y preguntarnos vale la pena quedarnos con la sapiencia de la apariencia de la verdad.
Sabes que es irrefutablemente verdad?. Lo que vos dibujas.

Manuel Aranda dijo...

Salute, Mariana! Hola che, y beso en cada mejilla, así cumplimos con la norma de ambos países. Me apareció una historia en la cuca al ver tu página: Un tipo que le daba hipo cuando mentía. Y cuanto más simulaba, cuanto más falseaba lo que realmente sentía y pensaba el hipo cresía. Cuanto más se alabába y endulzaba toda su mierda era cuando discurseaba, proponiéndose como la alternativa de verdusqui, era cuando más el hipo cresía.Y probablemente él o algún otro político sistémico dió orígen al término hipocresía.
Yo, querida Mariana, me alegro de que seas, de que sigas tirando del mismo carro y de que, en un tiempo nunca tan lejano, hayamos sido socios del mismo "Club".

Mariana Hernández dijo...

Don Aranda, usted bien sabe que hay clubes de los que nunca se deja de ser. No se vaya a creer que es tan lejano, a veces basta con estirar la mano un cachito... así, al principio, a lo mejor, solo lo rozamos con las puntas de los dedos, pero con un poquito de destreza, zas , lo atrapamos y ya no hay que, ni quien, nos haga soltarlo

María L. Núñez dijo...

Buenas tardes, qué bien le vendrían al mundo reflexiones como ésta. Nos ahorraríamos sufrimientos, guerras y desigualdades. Le emplazamos a que visite nuestro blog para enriquecer el debate. Un saludo. La frontera de Babel