jueves, 26 de noviembre de 2009

Hay debates que son indispensables


El artículo que ven en un principio salió publicado en el diario El País en respuesta al ataque que sufrió el que ven mas abajo, que también apareció en el diario El País unos días antes. En el de mas abajo, quien lo suscribe, desarrolla una idea a partir de la observación de una campaña publicitaria contra la violencia de “género”. En este que ven al principio se explica claramente esa circunstancia y se sale en defensa del que ven en segundo lugar. Ambos dos generaron polémicas y el debate es una manifestación sumamente democrática. Lo que seguramente es incuestionable es que la posibilidad de analizar este tema con un mínimo de rigor, conlleva como condición sin ecuanon, no perder de vista la complejidad y por ende la multiplicidad de aspectos que concurren en el mismo. Desde mi modesta opinión, el concepto de “genero” no solo sesga la posibilidad de acercarse con el rigor antes mentado a está problemática social, sino que, lo que es más grave, conlleva un reduccionismo casi tan peligroso como el más recalcitrante machismo. Por lo tanto, con el fuego ya encendido, no tenemos mas que echarle leña para mantener la luz. Salud.
Mariana Hernández Larguía.


Machismo y mordaza

Maite Rico 26/11/2009
Soy mujer y no me gusta que me maltraten. Lo juro. La brutalidad machista me subleva. También soy periodista, y no me gusta que me callen. Desconfío por tanto de aquellos que pretenden imponer su criterio por la vía de silenciar al disidente.
Agitar el tarro de las esencias para llamar a la censura es entrar en un terreno muy resbaladizo
Lectoras indignadas por el artículo Revanchismo de género, firmado por Enrique Lynch, han protestado ante la Defensora del Lector de EL PAÍS no ya por su contenido, sino por el hecho de que se haya publicado. Semejante texto, dicen, nunca debió haber visto la luz en estas páginas. Los motivos: contiene "ideas retrógradas y confundidas", presenta "un punto de vista funesto y equivocado". Es "una apología de la violencia machista". Una psicóloga concluye que este diario "no respeta a las mujeres".
Una ojeada a los comentarios que ese mismo artículo ha suscitado en EL PAÍS digital ofrece, sin embargo, un panorama diferente, muy alejado de tanta unanimidad. De las 85 opiniones registradas, 39 (un 46%) critican a Lynch, pero 34 (el 40%) están de acuerdo con él. (El resto no se define o son intercambios entre los participantes). Sólo ocho lamentan que la columna se haya publicado. Exactamente el mismo número que agradece al autor su valentía por haberla escrito. El texto fue enviado 175 veces, una cifra bastante alta, según los expertos de la web.
Fijémonos en los defensores de Lynch. Muchos hombres y algunas mujeres. La mayoría aboga por la igualdad y deplora el sesgo revanchista que dicen percibir en el movimiento feminista. Muchos creen que la campaña publicitaria del Gobierno que dio pie al artículo fomenta la rivalidad porque sitúa a la mujer por encima del hombre. "¿No es mejor decir que ningún ser humano es más ni menos que otro?", sugieren varios lectores.
Otros comentarios cuestionan la idoneidad de la discriminación positiva, la ruptura del principio de igualdad de los ciudadanos ante la ley, las falsas denuncias de malos tratos para sacar ventaja en los procesos de separación o el papel de las propias mujeres en la reproducción de las conductas machistas, al que también aludía el autor. Es decir, que el artículo ha sacado a la palestra cuestiones que inquietan a la opinión pública, pero que se soslayan en el debate político y en los propios medios de comunicación.
¿No sentimos todos estupor al saber que un hombre ha sufrido 11 meses de cárcel en Sevilla por una falsa acusación de malos tratos? ¿No conocemos a jefas que ejercen el acoso laboral con la misma fruición que el más cabronazo de los jefes? ¿Cuántos abusos sexuales infantiles no se perpetran arropados con el silencio cómplice de la madre? Este mismo domingo Elvira Lindo describía un caso desgarrador en su columna de EL PAÍS. Sí, claro, ahí nos sumergimos en el escabroso mundo de las patologías psiquiátricas. ¿No entran dentro de esa categoría los celos enfermizos que conducen al asesinato y al suicidio? ¿O la dependencia que lleva a algunas mujeres a buscar y defender a sus maltratadores? ¿Es machista el octogenario que después de cuidar durante 20 años a una esposa con Alzheimer acaba matándola y quitándose él después la vida? Éstos son casos reales. Y la realidad, con sus aristas, no siempre encaja en etiquetas simplificadoras. Por eso, la ley contra la violencia de género, necesaria como es, nunca acabará de poner orden en los oscuros corredores de la naturaleza humana.
La columna de Lynch (al margen de lo que yo opine sobre ella) ha generado un interesante intercambio en la web. Y todos esos lectores, los favorables y los contrarios, también forman parte de EL PAÍS, cuya identidad está marcada por la defensa de la libertad de expresión. Tiendo a pensar que, por su espontaneidad y por su inmediatez, esos comentarios reflejan mejor el pulso de la calle que las cartas al director, que requieren más elaboración y empeño.
En otras latitudes, los grandes diarios de calidad son fuente de información y de debates sin exclusiones. En España, con nuestra querencia por la trinchera, vamos al quiosco con el carné de militante en la boca. La web está diversificando las audiencias. EL PAÍS, incluso, ha dejado de ser español: mejor dicho, ya no es sólo español. Agitar el tarro de las esencias y esgrimir la superioridad moral para llamar a la censura es entrar en un terreno muy resbaladizo.
La plaga de la corrección política se cuela por todas las fisuras. Los guardianes de la ortodoxia positiva nos roban palabras, dibujos animados y canciones, nos culpabilizan por contar chistes, arrasan con la economía del lenguaje y alargan los discursos innecesariamente ("vascos y vascas"). También nos cambian el sexo por el signo arroba (hola a tod@s) y nos castigan con eufemismos y neologismos peregrinos ("miembras").
Más allá de los desmanes gramaticales, la corrección política tiene efectos tan perversos como la autocensura. El miedo a ser estigmatizado impone el silencio y liquida la discrepancia.
Pero como la autocensura no basta, hay quienes piden, además, la mordaza. A menudo, los biempensantes -que suelen pensar mal- y los reaccionarios se mueven en el mismo terreno de la intolerancia. Empiezan matando palabras y acaban resucitando el delito de opinión. Y eso es precisamente lo que hay que evitar. Un periódico debe ser un foco permanente de agitación intelectual.

Revanchismo de género

Enrique Lynch
Por la ventanilla del metro de Barcelona alcanzo a ver una valla concebida por el Ministerio de la Igualdad, creado por el Gobierno del señor Rodríguez Zapatero. En primer plano, una mujer joven y atractiva llamada Angie Cepeda luce unos preciosos pendientes de plata. Su mirada es diáfana y la complementa con una sonrisa displicente, quizá un punto altanera. El lema de la valla reza: "De todos los hombres que haya en mi vida ninguno será más que yo".
En un primer momento esta consigna cargada de insinuaciones y connotaciones -cosa lógica, si no, no sería tal- despierta mi alarma. Primero, parece afirmar que una mujer española contemporánea tiene (mejor dicho, el eslogan implica que ha de tener) muchos hombres; o da por sentado que ya los ha tenido, afirmación que, cuando menos, resulta discutible. Segundo, la redacción adultera un cliché, puesto que lo normal sería dar la sintaxis en pasado. Según los principios igualitaristas lo correcto habría sido: "De todos los hombres que hubo en mi vida ninguno fue más que yo".
Redactada así, la afirmación habría sido consistente y hasta neutral pero, claro, no serviría al anhelo de revancha, que parece inevitable en cualquier referencia actual a la condición femenina. Por curiosidad busco en Internet la campaña y compruebo que el eslogan en boca de hombres no sugiere lo mismo. O sea que hay evidentes matices "de género". ¿Qué es lo que resulta chocante aquí? Que parece jalear la guerra de sexos, como desde hace décadas hace el feminismo mal encarado, según la pauta de lo que Nietzsche llamaba "moral de la víctima". He ahí la razón de mi alarma: la sola presunción de que un hombre pretenda ser más que una mujer; o que una mujer se declare superior a un hombre, es lo que este ministerio debería combatir sin dar lugar a equívocos.
Incurrir en feminismos implícitos de cualquier índole es una contradicción flagrante de la función para la que este Gobierno concibió el Ministerio de la Igualdad. Ninguna repartición pública debería alentar subrepticiamente a las mujeres a ser más que los hombres y, en este caso, parece claro que la consigna no sugiere la igualdad de los sexos sino que viene a recomendar que "ningún hombre ha de ser más que una mujer"; pero, como en semejante jerarquía elemental si no "eres más" necesariamente "eres menos", las mujeres no tienen más remedio que pensar que Angie Cepeda, erigida en portavoz del Ministerio de la Igualdad, les aconseja imponerse a sus futuros hombres.
Ahora bien, las aberraciones de esta valla no son sólo sintácticas o connotativas o adverbiales. Se supone que estimula a las mujeres a no dejarse avasallar por sus hombres, pero lo que en verdad hace es recordar aquella escena memorable con que comienza la película Magnolia, en la que un espléndido Tom Cruise interpreta a un conferenciante que dicta lecciones llenas de entusiasmo y beligerancia ante un auditorio de "machos humillados" y los arenga con un:"Respect the cock!". O sea: "¡Un respeto por la polla!", que Cruise clama delante del enfebrecido grupo de hombrones que aplaude y vitorea todas y cada una de sus ocurrencias machistas.
No recuerdo mejor parodia y merecida trivialización del feminismo de revancha, realizada por un procedimiento muy simple: poner en boca de los odiados machistas los argumentos más tontos de las feministas.
El revanchismo "de género" es lo que ahora se airea y se difunde por innumerables medios públicos y privados y que, en un país vergonzantemente árabe y misógino como es España, no sólo bastardiza una cuestión -la relación entre hombres y mujeres- que es de una enorme complejidad, sino que subsidiariamente no ha hecho sino aumentar de forma alarmante la tasa anual de actos de violencia machista al lanzar a las mujeres al choque con machos ignorantes y brutales, hombres que -nunca olvidemos esto- han sido gestados, amamantados, criados y formados por mujeres. Bestias educadas por féminas, bárbaros que, más tarde o más temprano, caerán sobre ellas de forma implacable.
(Pongo "género" deliberadamente entre comillas porque después de leer lo que observa V.O. Quine a propósito del concepto en su Quiddities: An Intermitently Philosophical Dictionary [Cambridge, Mass.; Harvard University Press, 1989] no me atrevo a usar ese término sin las debidas reservas lógicas y de vocabulario).
El revanchismo "de género" (o sea, el resentimiento femenino) es un mal que se extiende imparable por todas partes. En el cine, por ejemplo, hace tiempo que está implantado: ¿qué otra cosa si no explica el éxito de aquella parábola semipublicitaria -como el resto de la filmografía de Ridley Scott- que fue Thelma y Louise?
Pero donde ese carácter resentido es más claro y elocuente es en las letras y en los videoclips de las canciones populares actuales. En este contexto el contraste con los antiguos modelos "de género" es harto evidente. Antaño, ante una ruptura o un desengaño los hombres solían -y aún suelen- llorar el amor fracasado, se emborrachaban para mitigar sus penas, se autocastigaban y se autodenigraban por sus faltas, su estupidez o su deslealtad y cantaban en tono elegiaco por la hembra perdida. Así ocurre en los tangos, en los boleros y las rancheras y en las conmovedoras canciones de Frank Sinatra o Billie Holliday.
Sin embargo, ante circunstancias parecidas, las mujeres actuales, que tan a menudo se identifican con una masculinidad imaginaria, no emulan la melancolía de los hombres sino que se calzan unas botas de caña alta, se atizan un atuendo de perdularia al estilo Madonna o un traje de leopardo y se retratan basureando sin piedad a potenciales amantes o pretendientes. Ni lloran ni piden perdón.
Hay ejemplos significativos en algunos videoclips de la frondosa discografía popular contemporánea: Shania Twain en That don't impress me much, en pose de femme fatale, toda ella leopardo; Shakira, en una canción titulada significativamente La tortura, donde despacha las excusas del golfo Alejandro Sanz con un A otro perro con ese hueso; y en una tonadilla pegadiza de Julieta Venegas: Me voy..., donde la mexicana arroja a su ex enamorado al vacío mientras levanta vuelo en un globo y tararea en tono angelical: "Qué lástima, pero adiós, me despido de ti y me voy...".
¿Tienes problemas con tu hombre? Escupe sobre él, maldice sus muertos, cámbialo ya mismo por otro, acaba con él; y si es preciso, tíralo por la ventana. No te cortes, que estás en tu derecho.
Lo dicho, tres nuevas canciones de esta guisa y la tasa mensual de asesinatos de mujeres acabará por triplicarse.
(¿No será este revanchismo resentido lo que ven venir con temor esos bárbaros islámicos..?).

1 comentario:

el Tomi dijo...

Yo diría que hay debates que son indispensables y debates que son pensables.