domingo, 10 de agosto de 2008

Ganas de desafiar


Ilustración: el Tomi. Artista argentino, tal vez el mejor.
Esto que leí en el diario Clarín del domingo 10 de agosto del 2008 se siente como un airecito tibio y da cuenta, nos avisa, nos recuerda, que si no dejamos que las redes del propio sistema (que se supone que custodia los derechos de los que no tienen derechos) nos gane el alma, las ganas de desafiar y la busqueda de la fisura por donde entrar, hay esperanzas. Todavía uno puede percibir que este trabajo que muchas veces nos hace sentir una impotencia terrible (y que nos interpela tanto como para pensar por momentos, ¿para que mierda sirve todo esto?, ¿qué estoy haciendo?) si que vale la pena, que hay cosas posibles, que hay Angeles de Lata, Luciérnagas, gente loca de optimismo y de entrega que, como nuestra Gringa, o el Tractorcito, o tantos otros (y al mismo tiempo no tantos) siguen apostando empeñosamente toda su vida convencidos de que hay sueños que sí que son posibles. Aquí les dejo para que lean. (El de la ilustración no es Lucas, es Josesito, otro pibito que atrapó la burocracia).
Mariana Hernández Larguía.
Rescate de un chico de la calle atrapado por la burocracia
El puñado de imágenes que permite dar por terminada esta historia -Lucas aprendiendo a leer, Lucas vestido de scout- es impensable de no mediar una enorme cantidad de pequeños acontecimientos que no tienen nada de fortuitos, ni de milagrosos, sino que son definitivamente humanos.
Para empezar: nada de esto hubiera ocurrido si sus protagonistas se atenían estrictamente a los reglamentos. Todo empieza y termina en Lucas, un chico de nueve años nacido y criado en las calles porteñas, "invisible" para todos, tanto que hasta hace unos meses no figuraba en ningún registro público de salud, ni educativo, ni siquiera en las listas de indigentes de la ciudad. De Lucas, el Estado sólo sabía su número de identidad, que había nacido el 22 de febrero de 1999 en un hospital público y que era hijo natural de Cynthia C.La primera noticia llegó a través del 108, un número gratuito del programa de asistencia a las personas que viven en la calle (BAP, Buenos Aires Presente, del gobierno de la Ciudad). Una noche de setiembre de 2007, alguien llamó al 108 para alertar sobre una mujer alcoholizada que cargaba con su hijito en Córdoba al 1500, Barrio Norte. El programa para las personas en calle ofrece auxilio a los indigentes -un lugar donde dormir y alimentarse-, pero establece que no puede hacerse nada por la fuerza, ni con los grandes ni con los chicos si están con sus padres. Este fue el caso. Cynthia, la mamá de Lucas, estaba alcoholizada y recibió con indiferencia a Gerardo Pérez, el operador del 108 que se le acercó. "Ella no pedía nada y Lucas ni hablaba", recuerda Gerardo.Dos días después fue Cynthia la que llamó al 108, preguntando por Gerardo. Y volvió a llamar al día siguiente y al otro, pidiendo alguna cosa, un trámite, que la acompañasen al hospital. Ahí entraron en escena, junto a Gerardo, otros empleados del 108, como Martín Zacarías (chofer del móvil de auxilio) y Aldana Saad, asistente social. Dice ella: "Les tramitamos el ingreso a un parador nocturno de San Telmo. Ni ella ni Lucas figuraban en los registros de la Ciudad". Ese último comentario tiene una explicación penosa: los registros de indigentes de la Ciudad están semidestruidos y no existe nada previo al 2005. De haber figurado Cynthia, Aldana se hubiese ahorrado muchas preguntas y molestias para saber que llevaba 15 años viviendo en la calle y que tenía una familia en Moreno. Enseguida apareció un inconveniente: Cynthia, adicta al paco y al alcohol, pidió irse del comedor de San Telmo porque de esa zona, dijo, era el padre de Lucas. ¿El padre de Lucas? Hasta entonces nadie había escuchado hablar de Mario Pérez. Era otro habitante de la calle, "dueño" de una ranchería (como llaman a las paradas de indigentes) fija en el boulevard de Bernardo de Irigoyen e Independencia, a metros de una boca de subte y bajo un formidable ombú. "A los pocos días -se lamenta Aldana-, Cynthia nos llama y nos dice que Lucas estaba con el papá. Todo para peor".Llegó así diciembre del año pasado. Una mañana Mario se apareció absolutamente borracho en el Centro de Salud número 15 de la ciudad. Estaba junto a una mujer y un grupito de "hijos", Lucas -de casi 9 añitos- entre ellos. Aquí entra en acción Claudia Zárate, enfermera del Cesac 15, quien atendió a Lucas. Lo que Claudia debió haber hecho era ponerle las vacunas del calendario oficial. Pero hizo mucho más: "Me di cuenta de que le pegaban y no se quería bajar los pantalones frente a la pediatra, así que le pedimos a Mario que lo trajera al otro día", recuerda.Claudia llevó el caso al equipo interdisciplinario del Cesac 15, a cargo de Eduardo Tissera, psicólogo con larga experiencia en violencia familiar. Juntos hicieron algo que tampoco tenían por qué haber hecho: salieron de sus oficinas y fueron a recorrer paradores y rancherías preguntando por Lucas. Así supieron que Mario manejaba a un grupo de chicos, a los que obligaba a mendigar en la zona del Congreso. Luego fueron hasta la ranchería del ombú y vieron a Lucas con dos cicatrices recientes en la cabeza. "Salir y ver es la gran diferencia de nuestro trabajo. La salud tiene que incluir el trabajo extramural", dice Eduardo.Convencidos de la desprotección de Lucas, desde el Cesac 15 llamaron al 108 del BAP, el programa de asistencia a las personas en calle, donde seguían atendiendo su mamá. Dice Aldana, del 108: "De Lucas sabíamos poco, y Cynthia nos preguntaba. Decidimos trabajar todos juntos".El 12 de diciembre se suma unactor ajeno al sistema, la ONG ELA, que colaboraba con el Cesac 15 a través de la abogada María Julia Moreyra. Todos juntos deciden hacer lo imposible por alejar a Lucas de Mario y de la calle. Recurrieron, claro, a las herramientas que ofrece la ley 114 de la Ciudad sobre los derechos del niño, que delega el cuidado de los chicos en el Consejo de Derechos del Niño, del que dependen 15 Defensorías zonales del Menor. Por jurisdicción, el caso Lucas se presentó en la Defensoría de Plaza Lavalle. "Pasaban los días y no teníamos respuesta -cuenta María Julia-. El 13 de febrero lo llamé al abogado de la Defensoría y aceptó una reunión interdisciplinaria".Como si no fuera un asunto de urgencia, la Defensoría agendó la reunión recién para el 7 de marzo. Ahí fueron todos los del 108 y los del Cesac 15. De parte de la Defensoría se presentaron un abogado, una psicóloga y una asistente social. La reunión fue tensa porque ellos no querían alejar a Lucas de Mario. Propusieron, en cambio, que ingresara a un programa de erradicación de trabajo infantil, sin saber que el programa no se puso aún en marcha. Pasaron las horas, los días, y en la Defensoría anunciaron su decisión: autorizarían sacar a Lucas de la calle si tenían el consentimiento de los dos padres firmado ante ellos.Claudia, la enfermera, recuerda esas horas y parece recobrar su desesperación: "El sistema no advierte la urgencia. Cada día que pasa es terrible para un chico así". Pero la burocracia había empezado a rodar. Y Lucas, a alejarse. Aldana lo cuenta: "De pronto no nos hablaba, se había roto la confianza".Decidieron sumar más apoyo y acudieron al equipo de auxilio de la Dirección de Niñez del gobierno porteño, donde el supervisor Matías Martorell aceptó enseguida ocuparse personalmente del caso. "Empezamos a seguir a Lucas para que nos vea y nos fuera ganando confianza. Así durante una semana, diez días", cuenta Matías. En simultáneo, incorporaron a Lucas en un programa del ministerio de Educación llamado Puentes, donde lo llevaron a charlas para aprender a leer y a escribir. La experiencia no resultó porque Lucas es incapaz de prestar atención, pero sirvió como una nueva alerta: la coordinadora del programa Puentes les dijo que notaba a Lucas demasiado retraído, con señales de haber sufrido algún tipo de abuso. Al escuchar esto, Claudia, el psicólogo, Matías, todos juntos decidieron ir otra vez a la Defensoría. Y no solos: Martín, el chofer del móvil de la línea 108, fue a buscar a Cynthia y la llevó con ellos a la Defensoría, donde firmó el consentimiento para que Lucas sea enviado a un hogar. "La llevamos sobria y todo", cuenta Martín.A esta altura ya eran cerca de diez los funcionarios y empleados de la Ciudad que trabajaban para sacar a Lucas de la calle. Pero no conseguían respuestas de la burocracia estatal, y sabían que obtener el consentimiento de Mario, el supuesto padre del chico, era imposible. El pequeño, que ya había cumplido nueve años, era vital para la economía de la ranchería."En La Defensoría decían que faltaba escuchar a Lucas y a su padre. Pero es ridículo. Claro que habían sido escuchados y por todos nosotros", cuentan todos. Y lo cierto es que Lucas nunca fue a hablar con los consejeros de la Ciudad, porque Claudia, el psicólogo, Matías, el chofer, Aldana, Gerardo, todos ellos, decidieron actuar por sí solos. En definitiva, se cansaron y decidieron evitar los caminos administrativos. El 31 de marzo fueron a ver a la Defensora general adjunta de la Ciudad, Ángeles Burundarena, y resolvieron tomar un atajo. Como si las leyes de la Ciudad no existieran, como si ellos mismos no fueran parte del gobierno porteño, presentaron una medida cautelar en la Justicia nacional, una medida urgente para sacar a Lucas de la calle. Ya no invocaron los derechos del niño o la situación en calle, sino el de la víctima del abuso sexual y de violencia doméstica.El atajo, el camino alternativo, resultó perfecto. En pocas horas consiguieron la orden de una jueza de la Nación para enviar a Lucas a un hogar de Menores. No lo podían creer después de tantos rodeos. Matías, el del móvil de la Dirección del Menor, fue el encargado de ir a buscarlo. Para él, como para el resto, ya era un asunto personal. Tomó la precaución de ir acompañado por un policía hasta la ranchería del Ombú y le mostró a Mario la orden para llevarse a Lucas. "Mario empezó que no, que es mi hijo, pero al rato nos daba las gracias y después de vuelta se resistía y se ponía agresivo. Hasta que yo me lo llevé", recuerda Matías, y lanza un soplido aliviado. Eran las cuatro de la tarde del 21 de mayo, ocho meses después de aquel llamado al 108. Esa misma tarde Lucas fue llevado a un Hogar de Florida, en provincia de Buenos Aires, donde ahora aprende a leer, juega con los autitos y con otros chicos de su misma edad. Como dice Martín, el chofer del 108, "lo más increíble es que ahora se ríe". A la distancia, dicen todos ellos, no parece tan difícil: "Los problemas sociales se resuelven así, articulando entre todos", dice el psicólogo. "Y confiando en el trabajo de los que estamos en la calle", agregan Matías, Aldana, se suman todos los demás. Entonces sí, con el valor agregado de ellos, de cada uno de ellos, las imágenes del final son posibles: Lucas aprendiendo a leer, Lucas vestido de scout.

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